Diferentes peligros que acechan a los trabajadores en el interior de las minas

Las temidas explosiones de grisú han entenebrecido la vida de los mineros durante muchos años, por constituir una amenaza que se convertía en dolorosa realidad con cierta frecuencia, como recuerdan nuestros padres y abuelos, a quienes más de una vez sobresaltaron los grandes titulares de los diarios anunciando una de esas devastadoras explosiones que solían dejar una estela de víctimas.

Se conoce con el nombre de grisú al metano o gas de los pantanos que se desprende del carbón y que al mezclarse con el aire se hace inflamable y produce violentas explosiones. El metano se forma durante la gradual transformación de los restos de vegetales en carbón y es especialmente peligroso debido a que no denuncia su presencia, por ser inodoro. También puede resultar peligroso el polvillo de carbón, porque el aire cargado con este polvillo resulta menos apto para la respiración, y cuando la concentración es alta se convierte en un peligroso explosivo. Por ello se elimina dicho polvillo mediante poderosos rociadores que lo proyectan, a medida que se desprende, contra el techo y las paredes de los túneles subterráneos. De esta forma, el polvo de las rocas, que no es inflamable, se mezcla íntimamente con el polvo del carbón, con lo que se evita el peligro de una explosión.

Para eludir todos estos peligros, los mineros van provistos de una lámpara que lleva la llama protegida por una rejilla de alambre y que tiene la propiedad de cambiar el color; así advierte a los mineros si hay gases peligrosos en la atmósfera. A fin de disminuir la posibilidad de que haya explosiones, no se utilizan en las minas aparatos que produzcan chispas y por descontado que está prohibido fumar. Además, se sitúan en la boca de la mina poderosos ventiladores eléctricos que hacen circular el aire puro del exterior a través de los numerosos pasadizos de la mina, diluyendo o eliminando los temibles gases tóxicos.

En previsión de peligrosos derrumbamientos, el techo y las paredes de las minas se apuntalan por medio de armazones de madera, al mismo tiempo que se dejan sólidas columnas del propio carbón. En las grandes minas se utilizan, en vez de pilares de carbón, paredes de material para sostener el techo y las paredes, e incluso se emplean acero y hormigón armado.

En las minas se tropieza con frecuencia con corrientes de agua subterránea que hay que eliminar mediante extensos sistemas de desagüe. En algunas minas de montaña se da salida al agua del fondo por medio de un canal, y en otras se hace fluir dentro de un sumidero situado en el fondo de la excavación, del que luego se extrae bombeándola.

Complementan los mineros las medidas de seguridad reseñadas con el uso de cascos protectores provistos de una lámpara eléctrica, así como mediante el empleo, en ciertas tareas, de gafas y máscaras protectoras contra el polvo y los gases.

Al principio del capítulo hemos visto algunas de las numerosas e importantes aplicaciones que presenta el carbón y que lo hacen tan valioso para la humanidad. Afortunadamente se dispone de ingentes reservas, de manera que aunque el consumo de dicho mineral se mantenga al ritmo actual, ellas durarán todavía varios miles de años.

Entretanto, el carbón continúa dando calor y vida a nuestras casas, como siglos atrás diera el sol vida y calor a los árboles y helechos, y cuando extraemos el carbón de las entrañas de la tierra, bien podemos decir que estamos desenterrando la luz solar que hizo posible el crecimiento de las plantas, que, al correr de los siglos, habían de transformarse en carbón.