Hablemos ahora de esa maravilla que se llama telégrafo


Enviar un telegrama es en la actualidad una tarea en extremo familiar a todos. Con el descubrimiento de la radiotelefonía y la televisión podemos decir que ha disminuido la admiración que en otra época suscitó la telegrafía; sin embargo podemos revivir la emoción de este invento construyendo un dispositivo telegráfico. Vamos a dar una descripción de un sencillo aparato que nos permitirá comprender cómo se envía un telegrama y cómo se lo recibe.

En la estación transmisora el circuito eléctrico consistirá en una batería de pilas comunes conectadas con un electroimán y un manipulador. Cuando el manipulador está levantado, el circuito queda interrumpido y no circula corriente; pero en el momento en que el telegrafista lo hace funcionar, presionándolo, ciérrase el circuito y circula la corriente eléctrica, la cual se extiende hasta la estación receptora. En esta estación tenemos también un equipo similar al anterior formado por una batería de pilas, un electroimán con un dispositivo impresor, o sea un electroimán del tipo usado en los timbres eléctricos, sólo que en lugar de accionar una palanca contra una campanilla, en el telégrafo lo hace contra una cinta móvil de papel, donde precisamente quedará impreso el telegrama. En realidad, los elementos que componen la estación transmisora son los mismos que los de la estación receptora, de manera que, sin cambiar el equipo, esta última puede actuar como transmisora y viceversa. Así, cuando decimos estación receptora, queremos significar que el equipo de la oficina telegráfica actúa recibiendo un telegrama.

Entre dos oficinas o estaciones debe existir una línea telegráfica, esto es un cable conductor que las vincule para que el equipo que hemos descrito anteriormente pueda operar.

Cuando entregamos nuestro telegrama, el telegrafista va transmitiendo las diversas letras que lo forman por medio del manipulador convertidas en puntos y rayas. En efecto, por medio del telégrafo no se transmiten las palabras tal como las conocemos, sino que se utiliza un alfabeto especial, en el que cada letra se representa por una cierta combinación de puntos y rayas, denominado alfabeto Morse, pues fue Samuel Morse quien lo ideó en el año 1832. En dicho alfabeto, por ejemplo, un punto seguido de una raya representa la letra a; un punto seguido de dos rayas, la letra w, etcétera.

Decíamos que cada vez que el telegrafista oprime el manipulador, cierra el circuito eléctrico y permite que circule una corriente eléctrica por la línea telegráfica, produciendo en la otra estación un punto o una raya, bajo la acción del electroimán. La velocidad con que puede manejarse el manipulador tiene un límite; si el operador es muy práctico, puede llegar a transmitir hasta cuarenta palabras por minuto; pero lo común es que se transmitan sólo veinticinco en dicho espacio de tiempo. Esta velocidad resulta deficiente cuando se trata de transmitir discursos, despachos muy extensos o relatos de acontecimientos importantes de millares de palabras. En estos casos se hace uso de otro procedimiento distinto. Un despacho de 1.200 palabras, por ejemplo, suele ser dividido entre diez empleados, cada uno de los cuales se sitúa delante de un aparato que va haciendo en una cinta perforaciones que corresponden a las letras del alfabeto Morse. Así cada empleado perfora 120 palabras a una velocidad media de veinticinco palabras por minuto. de tal manera que, a pesar de la extraordinaria extensión del telegrama que se ha de transmitir éste es perforado con toda facilidad, en unos cinco minutos escasos.

Después se hace pasar la cinta a través de un ingenioso aparato llamado transmisor automático porque precisamente puede transmitir el telegrama por sí solo, en forma automática. En efecto, como vimos anteriormente, la cinta que hacemos pasar contiene el texto del telegrama en forma de perforaciones; bien, cada vez que pasa un orificio se cierra el circuito eléctrico y circula una corriente eléctrica por la línea telegráfica poniéndose en comunicación con la estación receptora, que funciona como en el caso anterior. Estos aparatos permiten aumentar considerablemente la velocidad de transmisión, alcanzando una cifra de 400 palabras por minuto. Es indispensable recurrir a la escritura automática de puntos y rayas en la estación receptora, pues ningún empleado por rápido que fuera podría escribirlas a mano o a máquina, aunque se tratara de un veloz dactilógrafo, dada la gran velocidad con que se reciben.

Estos sistemas se instalan en las grandes ciudades, cuyo intenso movimiento telegráfico hace que resulten mucho más rápidos y económicos que los sistemas antiguos.

En las estaciones poco importantes no existen estos aparatos, y en el servicio ferroviario suele usarse una forma muy primitiva de telégrafo, que es el llamado telégrafo de agujas. Consiste éste en un pequeño cuadrante, ante el cual se mueve una aguja hacia la derecha o la izquierda, según que se quiera indicar un punto o una raya. Observando estos movimientos, el operador puede recibir los telegramas con gran facilidad; y además, como en estas oscilaciones hacia la derecha o la izquierda choca siempre la aguja contra dos topes de metal, que por ser diferentes producen distintos sonidos, también pueden los empleados recibir el telegrama “de oídas”, sin necesidad de mirar la aguja, exactamente como hacen sus colegas que usan instrumentos más perfeccionados, pero para ello necesitan tener una gran experiencia y buen oído.

Es también un detalle interesante, casi podría decirse maravilloso, del telégrafo, el hecho de poderse transmitir varios mensajes a un mismo tiempo, por una única línea, en la misma o en opuesta dirección. Esto se logra disponiendo de corrientes de distinta intensidad, cada una de las cuales va a parar a un receptor que sólo funciona si recibe una determinada intensidad de corriente eléctrica. De esta manera los receptores seleccionan los distintos telegramas que vienen por la misma línea.

Las líneas telegráficas pueden ser aéreas o subterráneas; existen también cables submarinos tendidos sobre el fondo de los mares, y por los que se transmite la corriente eléctrica de unos continentes a otros. Hoy hay cables submarinos en los océanos Atlántico, Pacífico e índico; en los mares Mediterráneo, Negro y del Norte; en el canal de la Mancha, etcétera.

El principio en que se funda el funcionamiento de las estaciones intercontinentales es el mismo que vimos anteriormente, pero son diferentes los conductores utilizados en dichas líneas y la velocidad de transmisión, que suele ser menor, pues la intensidad de la corriente que circula por estos largos cables es, naturalmente, más débil, lo que hace que la operación de registrar los despachos recibidos sea más lenta.

Los conductores de estos cables submarinos están envueltos en gutapercha y forrados con cinta e hilaza, latón y cáñamo alquitranado, con el objeto de protegerlos de la humedad; por último, se los rodea con una armadura de alambre bien fuerte, que los protege contra el roce de las rocas existentes en el fondo del océano, y de las roturas que pudiesen ocasionar los peces. Cuando se trata de distancias muy largas, sólo se coloca un conductor en el interior de estos cables, pero si aquéllas son cortas, pueden ponerse varios. Por estos cables también pueden transmitirse varios telegramas a un mismo tiempo. Como los cablegramas son muy costosos, se han establecido claves telegráficas en las que una palabra puede significar a veces doce o más, economizándose así tiempo y resultando mucho más moderado el precio del servicio.