Tendencias europeas: posibilidades artísticas del cine


El cine sueco fue uno de los primeros que reconoció las posibilidades de este nuevo arte. Mauritz Stiller y Víctor Sjóstróm fueron sus verdaderos creadores. Durante la primera Guerra Mundial esa cinematografía alcanzó un alto grado de desarrollo. En 1907, Sjóstróm realizó Los proscriptos. Stiller, menos vigoroso que Sjóstróm, era, con todo, un notable artista al cual se debe El tesoro de Amo, su obra maestra, y Gosta Berling, una adaptación de una novela de Selma Lagerlóf, en la que resplandecía el rostro de una joven de 17 años, Greta Garbo, que con el tiempo, había de convertirse en la más célebre de las “estrellas”.

En Alemania, en cuanto terminó la guerra de 1914-18 y durante aquella sombría posguerra, triunfó el expresionismo en el teatro, en la pintura y en la literatura. La estética del paroxismo, la deformación macabra, el menosprecio de la realidad, se adueñaron también del cine. EZ laboratorio del doctor Caligari (1919), de Robert Wiene, fue la obra maestra de aquella tendencia. Este filme prescindió totalmente de los exteriores y fue realizado con unos decorados de pesadilla que producían una impresión de angustia, de opresión, como la que se desprende de un sueño extraño e indescifrable. En Alemania se manifiesta igualmente otra tendencia en aquellos años. Principal representante de la misma fue Fritz Lang, con Metrópolis, visión alucinante de la ciudad del futuro.

En cuanto a Francia, la producción cinematográfica se resiente de las preocupaciones elaboradas por intelectuales procedentes del teatro, de la novela, de la pintura o de la música. Esto se hace visible en las películas llamadas “de vanguardia”, realizadas por Baroncelli, Cavalcanti, Marcel L'Herbier, Abel Gance, etc. Entre esa legión de experimentadores se destaca Rene Clair, que más tarde había de situarse en un lugar preeminente dentro del cine francés con sus deliciosas comedias.

Por lo que hace a la producción rusa, es aquella en la que se transluce de un modo más palpable la propaganda. No obstante, El acorazado Potemkin (1925), Octubre, La línea general, de Eisenstein; La madre. El fin de San Petersburgo y Tempestad en Asia, de Pudovkin, se imponen por su fuerza de expresión, su pujanza trágica, su aliento épico y su pasión por las multitudes manejadas con innegable maestría.