La aguja de Cleopatra y la sagrada vaca Hator


En los tiempos antiguos, cuando un rey realizaba una hazaña de la que se sentía orgulloso, como vencer a sus enemigos y llevárselos cautivos, mandaba escribir una relación del hecho en alguna columna o pilastra de piedra, la cual se erigía luego en un lugar público, donde todos pudieran enterarse de las proezas del rey. Se han encontrado miles de esos monumentos, y aún deben quedar muchos miles más, enterrados en Egipto y en varias partes de Asia. Las inscripciones insertas en esas piedras nos parecen muy extrañas; las que se hallan en Egipto llevan dibujos en lugar de palabras y letras.

En uno de los principales parques de Nueva York, llamado Central Park, se levanta una alta columna, conocida con el nombre de aguja de Cleopatra; fue transportada allí desde uno de los grandes templos de Egipto, y está cubierta de dibujos o figuras. Dichos dibujos se llaman jeroglíficos, palabra que significa inscripciones sagradas.

Esta columna es uno de los dos obeliscos que, en los días lejanos de la grandeza de Egipto, se alzaban a la entrada del hermoso Templo del Sol, en Heliópolis, Ciudad del Sol.

El otro se halla actualmente en Londres, a las orillas del Támesis, y ambos fueron erigidos por un rey egipcio que vivió más de mil quinientos años antes de que naciera Jesucristo.

En aquel tiempo, Heliópolis era el centro de cultura más importante del mundo; pero, más adelante, cuando subió al trono la hermosa Cleopatra, mandó construir un magnífico palacio en Alejandría y se propuso, para embellecerlo, que haría trasladar allí los dos grandes monolitos. Cleopatra murió antes de que pudiera llevarse a cabo la empresa, pero muchos años después fueron embarcados y llevados por el Nilo a Alejandría. Mil ochocientos años más tarde, uno de esos enormes obeliscos fue regalado a Gran Bretaña y el otro a Estados Unidos de América.

Otro monumento de los que llevan escrita su propia historia es la estatua de la gran vaca llamada Hator, adorada como diosa hace muchos miles de años. La vaca era considerada como un animal sagrado en todo el Egipto. Por cierto que también otros muchos seres eran sagrados, tales como el gato, el toro, la cabra y el halcón; todos ellos tenían templos consagrados a su culto, porque el pueblo veía en ellos, bajo una forma material, manifestaciones divinas de sus dioses y diosas. Cuando se halló la primera de esas antiguas columnas, nadie supo entender el significado de sus escritos y dibujos.

Por último, cuando ya iban a renunciar los sabios a proseguir sus averiguaciones acerca de lo que aquellas raras inscripciones significaban, unos oficiales franceses, que se hallaban en Egipto hace más de un siglo, en 1799, descubrieron, excavando la tierra, una piedra que contenía una inscripción en tres lenguas. Una de éstas era el griego.