DE QUE MODO APRENDIERON LOS HOMBRES A ESCRIBIR


"Haga el favor de poner a cocer en el horno esta carta”. Sería ridículo oír en nuestros días estas palabras, ¿no es cierto? Y sin embargo, cuando el arte de la escritura se hallaba en su infancia, era un dicho corriente. Hace miles de años, los babilonios y asirios aprendieron a hacerse comprender por escrito, para lo cual inventaron ciertos signos que representaban letras, palabras o ideas. Estos signos eran a veces verdaderas pinturas, que equivalían a una letra, a un nombre, a un artículo o a cualquiera otra expresión. Aquellas gentes tenían que aprender a leer y escribir como nosotros, pero nuestro sistema de leer y escribir aventaja mucho al de ellos, que fue el comienzo de la escritura y lectura.

No conocían las plumas, ni el papel. Los babilonios tomaban arcilla blanda, disponíanla en forma de ladrillos o tabletas, y escribían en éstas sus ideas, valiéndose para ello de una cuña aguzada, un punzón, una concha de ostra, o cualquier otro objeto a propósito para dibujar los perfiles cuneiformes de su escritura. Esos bloques eran luego introducidos en el horno para endurecerlos, o expuestos al sol para que se secaran. Los pueblos mencionados hacían los libros y cartas de igual modo que los ladrillos. Los sabios que en nuestros días han realizado excavaciones en ruinas de ciudades antiguas hallaron viejas tabletas de arcilla en las que se relatan sucesos ocurridos 2.500 años antes del nacimiento de Cristo.

Para asuntos de mayor importancia, tales como la ordenación y archivo de las leyes, servíanse de instrumentos de metal, con los cuales esculpían sus palabras en columnas de piedra. Uno de los códigos más célebres del mundo -el código de Hammurabi, el gran rey de Babilonia, que reinó más de 2.000 años antes de Jesucristo- fue escrito sobre una columna de roca de 2,44 metros de altura tan perfectamente esculpida, que aún la podemos leer al cabo de cuarenta siglos.

Los egipcios escribían al principio sobre piedra, mas descubrieron después que una planta que crece en el valle del río Nilo, llamada papiro, suministraba excelente material en que escribir, y adoptaron el sistema de grabar sobre él las letras con un instrumento muy parecido al lápiz, o de escribirlas totalmente con tinta y pluma. Hacían generalmente la tinta con nuez de agallas y sulfato de hierro; y las plumas, de caña, cortándolas de la misma manera que nosotros tallábamos antes los cañones de las plumas de ave para escribir con ellas. Por mediación de los griegos, pasó de Egipto a Europa el uso del papiro y de las cañas, y fueron éstas las principales sustancias que, por espacio de muchos siglos, se emplearon para escribir.

Cuenta el historiador Plinio el Viejo que Eumeneo II, rey de Pérgamo, deseoso de aumentar su biblioteca, encontró obstáculos insuperables en la prohibición de exportar papiro dictada por Tolomeo, y que lo sustituyó por trozos de cuero muy fino, alisado por ambas caras. Esta clase de cuero se halla en uso todavía y es por todos conocido con el nombre de pergamino. Durante la Edad Media, debido a la escasez de este elemento y al fervor piadoso de los monjes que copiaban biblias y obras religiosas, se rasparon los textos originales en gran cantidad de pergaminos para poder utilizarlos nuevamente; perdiéronse de ese modo obras interesantísimas, con grave perjuicio para la Historia y las ciencias.

La vitela es otra clase de pergamino, que se hace de la piel de los animales más jóvenes. Los romanos acostumbraban escribir sobre tablas de madera recubiertas de cera, en las que grababan sus letras con una especie de punzón llamado stilus, de donde derivó la acepción moderna de la palabra estilo como manera de escribir peculiar y privativa de un escritor, y que es como el sello característico de su personalidad literaria. Nosotros seguimos usando hoy día el alfabeto romano, pero los métodos que utilizamos son distintos.

Los incas de la época precolombina conocían un sistema original para consignar las ideas en forma permanente. De un grueso cordón de lana colgaban otros mucho más delgados, de distintas longitudes y colores, y según la distancia, torsión de los hilos y número de nudos, variaba la significación de esta original escritura, que se llamaba quipo. Había escuelas en que los peruanos adquirían una facilidad tal para escribir y leer por tan singular sistema, que cuando descifraban un quipo en presencia de los españoles los dejaban atónitos. Se han encontrado en las inmediaciones de Lurín quipos de más de cinco kilogramos que indudablemente encierran la historia o el censo del imperio. Aún hoy los pastores llevan por quipos la cuenta de sus rebaños.

En Oriente se usa mucho todavía la pluma de caña; y en Occidente se empleó hasta el siglo xiii, en que fue reemplazada por la de ave, que duró hasta el año 1800, fecha en que empezaron a utilizarse las plumas de acero. Éstas se habían fabricado anteriormente en Francia por Delame (siglo xvii) y por Arnoux (siglo xviii), pero su construcción defectuosa y la apatía de los tiempos contribuyeron a que no se difundiera el uso.

Tratóse después de fabricar plumas de asta y de carey, con trocitos de diamante encastrados en las puntas. También pusieron puntas de metal a las plumas de ave; pero todo quedó igual hasta 1820, en que comenzó Jacobo Perry la fabricación de plumas en Manchester (Gran Bretaña). Indiscutible fue su éxito; si bien lo obtuvo aún mayor sir Josias Masón, que inventó la máquina de hacerlas con rapidez, con lo que las abarató tanto, que las puso al alcance de todos. Posteriormente se han fabricado y fabrican hoy en Francia, Alemania y Estados Unidos de América.

Hasta después de 1840 aun los niños de las escuelas usaban plumas de ave; pero hoy en día existen miles de clases y tamaños de plumas de metal para poder elegir. Aunque la pluma ordinaria parece muy sencilla, tiene que pasar por dieciséis manipulaciones distintas antes de quedar terminada; y las de oro, especiales para estilográficas, necesitan nada menos que cuarenta.

Los lápices empezaron a usarse hace ya algunos siglos, pues en un libro publicado en 1565 se hace mención de ellos. Su utilidad para perpetuar nuestros pensamientos por medio de la escritura es muy inferior a la de las plumas, pues los trazos se borran fácilmente. Pero precisamente este defecto torna muy recomendable el uso en todos aquellos casos en que hace falta borrar a cada instante cifras, palabras o renglones; sobre todo para el dibujo la utilidad que presta el lápiz es notoria.