COMO VIVÍA EL HOMBRE PRIMITIVO


Cuestión es esta que ha dado lugar a innumerables conjeturas y discusiones. Las investigaciones más profundas y los estudios más completos que los científicos han realizado hasta el presente llevan a aceptar como enteramente ciertas las dos proposiciones que a continuación enunciamos. Primera: que la existencia del hombre en la Tierra data de épocas muy lejanas, que resultan remotas si se las mide según el criterio humano habitual con respecto al tiempo, basado en el promedio de duración de la vida individual; segunda: que hubo un lapso, de extensión no muy bien determinado, durante el cual el hombre vivió en un estado de rudimentaria sencillez, desprovisto de todos los conocimientos técnicos y adelantos materiales que hoy se hallan a nuestra disposición y que nos parecen indispensables.

Los investigadores han acometido pacientes búsquedas de los testimonios de aquellas épocas pretéritas, y sobre la base de sus hallazgos han podido reconstruir distintos aspectos de la vida de los primeros hombres. De acuerdo con sus deducciones, se ha conseguido hacer resurgir la imagen de nuestros antiquísimos antepasados y, en especial, su manera de vivir.

La necesidad de guarecerse de las inclemencias del tiempo, por un lado, y la de defenderse de sus múltiples enemigos, por otro, creó en el hombre primitivo la preocupación de un abrigo constante. Esa preocupación lo llevó a buscar una vivienda. Los testimonios que nos han llegado a través de los siglos nos indican que los primeros hombres buscaron refugio en los lugares que la misma Naturaleza les ofrecía: los árboles y las cavernas de las montañas. El hombre arborícola siguió el ejemplo de los monos, usando la altura como recurso defensivo. En las regiones montañosas, los huecos naturales le ofrecían seguridad frente al ataque. Más de una vez habrá debido desalojar a los animales que en ellos habitaban, para constituirse en único morador de la caverna.

En las regiones más llanas, su instinto de conservación lo impulsó a imitar a los animales que construían su vivienda. Empleó entonces los materiales que el mismo medio le ofrecía. Construyó chozas de los más diversos formatos y tamaños. Usó un palo alto como eje, y otros dispuestos oblicuamente para lograr tiendas de forma cónica, que luego recubría de hojas, ramas, hierbas o pieles. Hizo otras en forma de cubo y también aprovechó material vegetal para cubrir las paredes de sus chozas en forma de prisma triangular acostado. Si el hombre se afincaba bastante tiempo en un lugar, su vivienda se hacía más sólida y estable. Si, en cambio, mudaba frecuentemente de sitio, su choza era sólo un refugio transitorio para él y los suyos.

En el llamado período neolítico, o sea cuando el hombre primitivo había comenzado a pulir la piedra y se había ya producido un avance en su cultura rudimentaria, aparecieron las ciudades lacustres, de las que aun hoy es dado encontrar rastros. Los hombres primitivos las construyeron cerca de las márgenes de lagos y ríos, en medio del agua, asentados sobre el fondo merced a pilotes de troncos, y elevadas sobre el nivel del agua, en prevención de las crecientes, y unidas a la costa por un estrecho puentecillo.

Los primeros hombres no se diferenciaban mucho de los animales en lo referente al modo de obtener su alimento. En las primeras épocas, su sustento le ora suministrado por la misma Naturaleza, en los frutos de las plantas, en sus raíces, en los huevos de los nidos. El hombre se limitaba a recolectar lo que su ambiente le ofrecía. Pero su inteligencia habría de mostrarle otros caminos para asegurar su sustento permanente. Testimonios antiquísimos prueban que el hombre primitivo cazaba y pescaba. Algunos autores sostienen que el hombre de los primeros tiempos era antropófago, es decir, que comía también carne humana. Pero ésta es una cuestión muy controvertida.

Podemos decir que los primeros instrumentos de que se valió el hombre para sus actividades de caza y pesca, así como también las primeras armas que le sirvieron para atacar y defenderse, fueron provistas por la Naturaleza, e improvisadas: una piedra aguda, fácil de arrojar y herir al enemigo, un garrote que no era sino una rama desgajada de un árbol. Con el tiempo, el hombre comprendió que le era necesario tener esos elementos siempre a mano, y que podía perfeccionar su eficacia.

Lo mismo ocurrió con sus herramientas de trabajo. Así talló las agudas hachas de mano, de forma lanceolada; las afiladas puntas de las flechas. Hizo con palos y piedras, mazas y hachas de combate. Comenzó de ese modo a fabricar él mismo, consciente y deliberadamente, sus armas y utensilios.

Su vida debe de haber sido un constante esfuerzo por mantenerse vivo, ya que eran múltiples sus enemigos, y sus necesidades le imponían enfrentarlos muchas veces. El frío, el hambre, la sed, las bestias feroces, y los mismos hombres lo mantenían en un estado de alerta incesante.

Contra los rigores del tiempo, hubo de buscar algo que le permitiera poder enfrentarlos: las pieles de los animales que cazaba le proveyeron abrigo. Rudimentariamente curtidas, o sin curtir, se las enrollaba en torno al cuerpo, y las sujetaba con alfileres hechos de espinas vegetales o de pescado que, como no duraban mucho, fueron luego reemplazados por alfileres de hueso, obra de sus propias manos, más agudos y pulidos.

El segundo paso en su vestimenta fue dado cuando llegó a poder hilar la lana de los animales que cazaba, reduciendo los vellones a hilos gruesos, que un telar rudimentario entrelazaba en basto tejido.

A los alfileres sucedieron luego las agujas de espinas y hueso que le permitieron unir con bramantes las distintas partes de una prenda.

Poco a poco, a través de cientos de años, los hombres continuaron esa lenta evolución que los fue proveyendo de todos los elementos cuyo uso les era impuesto por la necesidad o por la comodidad. Así llegaron a contar con armas más efectivas para el combate y para la lucha por la vida: el arco y la flecha que les permitían alcanzar al enemigo a distancia; la honda, que hacía más violento y lejano el impacto de la piedra; el arpón, y el anzuelo, que hicieron más fácil la pesca; la piragua primitiva tallada en un tronco, que le permitió vadear los ríos y transportarse sobre las aguas, impulsado por los remos.

La domesticación de los animales y el descubrimiento de la explotación de los vegetales ayudaron extraordinariamente al. hombre primitivo. Los primeros le ofrecieron carne y leche.

Gracias a la observación, debe haber descubierto el proceso de crecimiento de ciertas plantas que en estado silvestre le eran útiles, y entonces, con sus semillas, reprodujo el proceso en su provecho.

La necesidad de defensa y la ayuda mutua condujo a los hombres a vivir agrupados, bajo la dirección del cazador más valiente y arriesgado, o la de los ancianos del grupo. Esas asociaciones humanas eran nómadas o sedentarias. Las primeras se trasladaban de un sitio a otro, en procura de mejores lugares de caza y de pesca.

Las sedentarias, en cambio, permanecían mucho tiempo en un determinado lugar, que les ofrecía abundante caza y pesca, o que les era propicio para sus cultivos y ganados.

Desde el período paleolítico, es decir, antes de que el nombre aprendiera a pulir la piedra, se conoció el uso del fuego. Probablemente ese conocimiento nació de algún hecho fortuito, como la caída de un rayo, o el choque violento de dos rocas. El hombre aprendió a producir el fuego, frotando entre sí dos leños finos y acercando paja seca para que de las chispas naciera la llama. El fuego se convirtió en un elemento indispensable en la vida del hombre. Su importancia es excepcional, puesto que le sirvió como; defensa contra los animales merodeadores nocturnos, pudo cocinar en él sus alimentos, naciéndolos durar más tiempo, y le dio calor para defenderse del frío. Tanta fue su preciosa ayuda, que el hombre primitivo lo reverenció como a un dios poderoso y bienhechor.

Como eran muchos los límites que su experiencia tenía para comprender los múltiples fenómenos que ocurrían a su alrededor, les dio una interpretación supersticiosa y religiosa. Los elementos de la Naturaleza se convirtieron para él en motivo de adoración y su inteligencia limitada vio, en aquellos que le eran favorables, a divinidades benefactoras, mientras que temía y honraba a aquellos que le eran perjudiciales, como a divinidades nefastas, cuya simpatía era menester comprar con ofrendas e impetraciones.

El hombre primitivo, cazador y guerrero, agricultor o ganadero, encontró en la danza una expresión más de sus sentimientos y acciones. Antes de usar la palabra como medio de comunicación con sus semejantes, los gestos y la pantomima le permitieron reproducir las alternativas de una lucha o para expresar sus anhelos y temores. La danza se formó de la repetición de movimientos similares. Por medio de ella, imitaba a la Naturaleza, honraba a sus dioses o conmemoraba los grandes acontecimientos de su vida, los nacimientos, los casamientos, las muertes.

Otra de sus maneras de expresión, que ha llegado hasta nosotros, es el arte pictórico. En las llamadas pinturas rupestres, de las cavernas, todo un mundo de imágenes vivientes aparece ante nuestros ojos. Caballos, corzas y bisontes en vivas actitudes de movimiento, escenas de luchas entre grupos enemigos, escenas de caza que muestran las armas que usaban.

Es muy posible que hayan creído en la existencia de otra vida al terminar la terrena, pues se han hallado tumbas de esas épocas en que los restos mortales se hallan acompañados por objetos de uso para el muerto.


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