De qué manera el suelo acumula la energía solar


A fin de demostrar la beneficiosa mediación de los millones de microbios útiles que viven en el suelo, un afamado instituto estadounidense de técnica agrícola realizó no hace mucho un estudio comparativo de dos terrenos situados uno a., lado del otro. El sistema de cultivo de uno de ellos fue el usual, es decir, que las cosechas fueron recogidas para el consumo; en el otro se dejó obrar a la Naturaleza: fue descuidado intencionalmente por espacio de veinticinco años, y se transformó en terreno inculto. Al principio del experimento, el suelo fue examinado detenidamente para determinar la cantidad de nitratos que contenía. Al cabo de un cuarto de siglo, la porción de terreno cultivado no contenía más productos azoados que los que había al principio, mientras que en la porción convertida en pradera inculta fuéronse acumulando enormes cantidades de compuestos nitrogenados. Las plantas verdes crecieron año tras año; su azúcar y su almidón, en vez de ser recogidos por el cosechero, volvieron al suelo, para nutrir los microbios que inmediatamente fijaron el ázoe.

El poderoso microbio-agente de esta elaboración prodigiosa se llama azoto bacteria, palabra que significa “bacteria relacionada con el ázoe o nitrógeno”. Puede compararse este ser minúsculo con un horno, pues consume el almidón y el azúcar con increíble rapidez y, al quemarlos, va formando compuestos nitrogenados. El crecimiento de las plantas verdes, necesarias para nuestra vida, depende del justo equilibrio entre dichos vegetales y ese microbio, que se alimenta de ázoe, si las plantas le suministran los productos de su nutrición.

Afortunadamente, este principio es aplicable a todos los vegetales en general, puesto que la azoto bacteria se cría libremente tanto en el suelo como en las raíces de las leguminosas.

Cuando gastamos carbón o el aceite mineral llamado petróleo, consumimos en realidad el caudal de energía que fuera acumulado desde tiempos remotos por las plantas que entonces vivieron e incorporaron a sus tejidos la energía contenida en la luz del sol. Comprendemos ahora por qué en los países donde se cosecha trigo para alimento de millones de habitantes de la tierra, el hombre consume inexorablemente su capital. Si bien en algunas regiones donde se cultiva el trigo es enorme el caudal de energía acumulada, ésta no es inagotable. La riqueza de los suelos donde crecen esas plantas se almacenó, y fue transformada por las azoto bacterias que elaboraron las plantas verdes de las edades pasadas, con la ayuda de la luz solar, también preciosa en esto.