El tan temido y admirado desierto que el hombre hizo florecer


Las desoladas llanuras que se extienden más allá de las márgenes del Nilo, en Egipto, habían obligado a los hombres a vivir en una estrecha faja de tierra fértil, sometidos a los caprichos de las crecientes del río. Cuando las aguas de éste no desbordaban su cauce, la miseria azotaba a las poblaciones de sus orillas que no podían cultivar los huertos faltos del limo que la creciente deposita en el suelo. A través de muchísimas generaciones, el desierto fue temido y admirado; se creyó imposible su alteración, y el hombre sólo se atrevió a cruzarlo por pura necesidad. Además, el desierto camina, sus arenas no permanecen inmóviles, pues llevadas por el viento cubren los campos cultivados y los vuelven áridos si no hay suficiente agua para combatir el candente contacto del simún.

Sabido es que el Nilo, con sus inundaciones, fertiliza una parte del desierto. Los campesinos sembraban en la tierra inundada y obtenían magníficas cosechas; pero cuando no había inundación tampoco había cosecha. Entonces reinaba en el país la miseria y el hambre.

Mientras el desierto necesitaba humedad, el río arrojaba en el mar su inmenso caudal de agua. El hombre pensó: “Este derroche de agua ha de acabar”. Y entonces emprendió una obra magna; se construyeron en el Nilo dos inmensos diques para hacer resurgir la vida. Y lo hizo: llegó a fertilizar el desierto.

¿Podemos imaginar algo más grandioso que esos inmensos diques? Millones de metros cúbicos de agua han sido almacenados en ellos. Si en un punto dado es necesaria el agua, se oprime un botón que abre las puertas del dique, cuyas aguas se precipitan sobre los abrasados campos. Y todo ello tan sencillamente como si en nuestra propia casa abriésemos un grifo del agua corriente.

¿Cómo se ha logrado esta maravilla?

Camellos como los que en tiempos de los faraones cruzaban en caravanas los ha empleado el hombre para su obra. Han servido para el transporte de los materiales necesarios. Luego se han dejado sentir en el desierto los diversos sonidos causados por máquinas y herramientas.

Diez mil descendientes de los antiguos egipcios trabajaron en esta magna obra que, como avanzada técnica, la civilización moderna ha hecho florecer en el desierto.