Cómo se cultivan las perlas en las aguas de la bahía de Ago


Las aguas de la bahía de Ago se prestan admirablemente para que se desarrollen las ostras: son templadas y no hay corrientes que puedan arrastrarlas. Allí, unas jóvenes convenientemente adiestradas en el buceo se dedican a recogerlas para que sean tratadas por los técnicos. En estas tareas Kokichi Mikimoto prefería las mujeres a los hombres, pues consideraba que, aparte de tener mayor resistencia como buzos, tratan a las ostras con más delicadeza.

Una vez recogidas, las ostras son examinadas por peritos que eligen aquellas cuyo desarrollo es completo, mientras las restantes son devueltas al mar para que sigan creciendo. Las ostras elegidas, cuya edad oscila de tres a cuatro años, pasan a los laboratorios, y allí comienza el verdadero procedimiento de cultivo.

Uno de los métodos favoritos de Kokichi Mikimoto, y el que le ha dado mayores éxitos, consiste en introducir dentro de la ostra un trocito de tejido vivo de otra ostra, seguido por una bolita, casi microscópica, de madreperla, obtenida de las almejas del río Misisipí. Después de realizada esta operación, la ostra es introducida en las jaulas de cultivo, que son grandes cestos de bambú que se sumergen en las aguas más tranquilas de la bahía de Ago. En estas jaulas, periódicamente inspeccionadas, las ostras deben permanecer cinco años. Pasado este período, son nuevamente retiradas del agua para extraer las perlas formadas en torno a la bolita de madreperla introducida por el perito. Como la operación de extraer la perla es difícil, para evitar trabajo y abrir sólo aquellas ostras cuyas perlas se han desarrollado bien, se las somete a la acción de los rayos X: de este modo, como indicamos anteriormente, se puede observar cuáles son aprovechables y proceder en consecuencia.

Las que encierran buenas perlas, llamadas ostras perleras, son abiertas y se les quita su precioso contenido. Después las perlas se clasifican según su tamaño, su “oriente” -esto es, su brillo- y su forma; así quedan listas para el mercado. Las perlas cultivadas son tan valiosas como las naturales, y es muy difícil distinguir unas de otras, pues el aspecto de su capa exterior es idéntico.