IBEROAMERICA - José Enrique Rodó


Más de una vez, pasando la mirada por el mapa de nuestra América, me he detenido a considerar las líneas majestuosas de esos dos grandes ríos del continente: el Amazonas y el Plata, el rey de la cuenca hidrográfica del Norte y el rey de la cuenca hidrográfica del Sur; ambos rivales en las magnificencias de la Naturaleza y en los prestigios de la leyenda y de la historia, y tan extraordinariamente grandes que, por explicable coincidencia, sus descubridores, maravillados y heridos de la misma duda de si era un mar o un río lo que tenían delante, pusieron a ambos ríos el mismo nombre hiperbólico: “Mar Dulce” llamó Yáñez Pinzón al Amazonas, y “Mar Dulce”, también, llamó al Plata, Díaz de Solís...

Yo veo simbolizado en el curso de los dos ríos colosales, nacidos del corazón de nuestra América y que se reparten, en la extensión del continente, el destino histórico de esas dos mitades de la raza ibérica, que comparten también entre sí la historia y el porvenir del Nuevo Mundo: los lusoamericanos y los hispanoamericanos, los portugueses de América y los españoles de América; venidos de inmediatos orígenes étnicos, como aquellos dos grandes ríos se acercan en las nacientes de sus tributarios; confundiéndose y entrecruzándose a menudo en sus exploraciones y conquistas, como a menudo se confunden para el geógrafo los declives de ambas cuencas hidrográficas; convulsos e impetuosos en la edad heroica de sus aventuras y proezas, como aquellos ríos en su crecer; y serenando luego majestuosamente el ritmo de su historia, como ellos serenan, al ensancharse, el ritmo de sus aguas para verter, en el océano inmenso del espíritu humano, amargo y salobre con el dolor y el esfuerzo de los siglos, su eterno tributo de aguas dulces: las aguas dulces de un porvenir transfigurado por la justicia, por la paz, por la grande amistad de los hombres.