El bérbero o agracejo, arbusto de lindas flores amarillas


A orillas de los caminos, en muchas regiones del mundo, se encuentra con frecuencia el bérbero, llamado también agracejo, que es un arbusto de altura considerable, de ramas muy dispersas, y rodeado de multitud de chupones o vástagos que brotan de la raíz. Es originario de Europa, pero se ha aclimatado desde hace muchos años en América. Brotan de él largas ramas, esbeltas y frágiles, cubiertas de grupos de hojitas ovaladas o en forma de espátula, verdes por su parte superior y por la inferior grisáceas. Apenas se coge una de sus ramas, algún pinchazo advierte que el arbusto está perfectamente armado de agudas espinas, que dirigen a todos lados su afiladísima punta, y las cuales no son otra cosa que hojas transformadas, como en el cacto. En otoño pierde el arbusto su follaje ordinario, pero conserva las espinas, que defienden los tiernos retoños contra los animales rumiantes, muy aficionados a ellos.

Al llegar la primavera, adornan las ramitas del arbusto numerosos racimos de lindas flores amarillas, las cuales producen el néctar en el interior de dos protuberancias de color de azafrán que hay sobre los pétalos, y también en los filamentos del círculo interior de estambres, porque estos órganos masculinos de la flor, que son seis, forman dos verticilos. Éstos se inclinan hacia el exterior y descansan en los lados cóncavos de los pétalos colocados de igual modo. La base de dichos estambres es en extremo sensible, de manera que si una abeja u otro insecto cualquiera se le acerca volando a la flor inclinada hacia el suelo -la cual forma un techo con el que protege de la lluvia a los estambres-, y mete entre éstos sus patas o su trompa, buscando el néctar, podríamos decir que el atolondrado intruso cae en un lazo. Al más leve roce, se yerguen hacia el estigma los estambres y administran un coscorrón al insecto, abriendo de golpe las puertecillas que hay en la parte superior de la antera y cubriendo de polen al visitante. Los racimos de bayas de color escarlata y forma ovalada, que aparecen más tarde, penden de las inclinadas ramas durante casi todo el invierno. Su sabor es en extremo ácido, demasiado para el gusto de ciertos pájaros; pero con ellas se hacen algunas deliciosas conservas, de sabor característico, que tienen numerosos adeptos.