El gato, tranquilo habitante de nuestros hogares

 

El gato, animal doméstico independiente por excelencia, ha sufrido menos las consecuencias de la cautividad que el perro, el caballo, la vaca o el cordero, como lo prueban las momias que cuentan millares de años. Se encuentra en nuestros días en casi todos los países en donde se ha establecido el hombre, a excepción de las regiones extremadamente frías. Existe en todo el Viejo Continente y se ha extendido por América y Australia, desde la época del descubrimiento, aclimatándose perfectamente. Puede decirse, sin temor de equivocaciones, que cuanto más civilizado es un pueblo, cuanto más se ha colonizado, tanto más difundido se halla en él este hermoso animal.

El tacto, la vista y el oído son los sentidos más desarrollados en el gato, mientras el olfato es el más imperfecto, de lo cual es fácil convencerse poniendo delante de un gato, sin que pueda verlo, uno de sus manjares favoritos. Cuando se halla bastante cerca para alcanzarlo casi, vuelve la cabeza de un lado a otro como si buscara; entonces se ve que no lo guía el olfato, y que mejor que su nariz funcionan sus mostachos, órganos táctiles de los más perfectos. Es necesario presentarle muy de cerca un ratón encerrado en la mano, para que lo advierta.

Su vista es excelente, y lo mismo hace uso de ella en pleno día que en la penumbra: su pupila tiene la facultad de contraerse cuando la hiere una luz demasiado viva, y de dilatarse en la oscuridad, de modo que pueden siempre penetrar en el ojo algunos rayos luminosos, suficientes para ver bien. El oído es el más perfecto, el más aguzado, de los sentidos del gato.

Este animal posee en alto grado el don de reconocer los lugares, y se sirve de él continuamente. Ronda por toda la vecindad, por todas las casas, en las habitaciones, en los sótanos, sobre los tejados; y, como consecuencia de su incesante merodeo en un área determinada, llega a cobrar más afición a las casas que a sus habitantes. No abandona su antigua vivienda para seguir a sus amos, y si lo llevan lejos vuelve otra vez.

El amor de la gata por sus pequeños es admirable: les prepara la cama antes de nacer y los traslada inmediatamente a otro sitio apenas teme que les sobrevenga algún peligro; los coge con los dientes por la piel de la nuca y los transporta con tal suavidad, que los gatitos no advierten nada. Mientras cría no abandona la cama sino momentáneamente para buscar alimento para ella y sus hijos.

El gato tiene pocas razas. Los más estimados son los de Angora, de los más hermosos que se conocen, notables por su tamaño y por su largo pelaje sedoso, de color blanco amarillento, gris o también mezclado, con el hocico y las patas de color de carne. Son sumamente dóciles.

Las momias y figuras que se hallan en los monumentos de Tebas y otras ruinas de Egipto parecen referirse a otra especie de felinos, al gato enguantado o gato africano, y prueban que este animal vivió en estado de domesticidad entre los antiguos egipcios. Acaso los sacerdotes llevaron el animal sagrado de Meroé a la Nubia meridional, en Egipto; de este país pudo pasar a Arabia y a Siria, y de allí a la Europa occidental y septentrional. En épocas más recientes contribuyeron acaso los europeos a extenderlos más, merced a sus continuas emigraciones.

El gato enguantado recibe este nombre por la coloración oscura de la parte inferior de sus patas. Descubierto en la parte occidental del Nilo, en una estepa desierta y posteriormente en Sudán, Abisinia y Palestina, tiene aproximadamente las dimensiones del gato doméstico ordinario, y su piel, amarilla-gris, presenta fajas transversales más oscuras.

Deben también mencionarse el gato cumano del Cáucaso, el gato pajero de la Patagonia, el gato de la pampa, el gato salvaje o montes del continente europeo, el gato rojo, de Siberia, los gatos rojo y azul del cabo de Buena Esperanza, y el gato chino, de pelaje largo, fino y sedoso, y orejas colgantes como un perro zarcero.