Cómo el perro más fiel puede también ser nuestro peor enemigo


“¡Los médicos son unos fastidiosos!”, suelen decir ciertas personas insensatas. “¿Por qué no ha de poder estar mi perro junto a mí, y por qué no he de acariciarlo y ser acariciado por él?” No; los médicos no son unos fastidiosos: tienen razón cuando sostienen que es prudente no tener perros en las casas y que es necesario no dejarse lamer por ellos. Por no escuchar el sabio consejo de los médicos, todos los años mueren muchos niños y bastantes adultos, y otros sufren meses y meses dolores y trastornos tan graves que exigen arriesgadas operaciones quirúrgicas.

Los perros hospedan en su intestino, sin experimentar mayores molestias, gran número de gusanitos de cuatro a cinco milímetros de largo, llamados por los naturalistas tenias equinococos. Se componen de una cabeza, llamada escólex, provista de ganchos y ventosas, por medio de los cuales se adhieren a las paredes del intestino; de un cuello, y de tres anillos. El último de los anillos, el más desarrollado de los tres, de casi la mitad del largo del gusano, contiene en su interior no menos de 500 huevos, y se desprende continuamente, regenerándose uno nuevo a expensas del cuello y pasando a ser tercero el segundo, y segundo el primero. El anillo tercero, al quedar suelto, se destruye; los huevos son puestos en libertad y eliminados al exterior con los excrementos.

Los perros esparcen los huevos de tenia en hortalizas, pastos, lagunas o bebederos. Ingeridos por el hombre o por un rumiante cualquiera, pierden su envoltura por la acción del jugo gástrico. Los embriones bajan al intestino, cuyas paredes perforan y caen en la sangre, que los arrastra a los órganos. En éstos se detienen y desarrollan, originando quistes vesiculosos, que serán tanto más graves cuanto mayor sea su volumen y cuanto más delicado sea el órgano donde se produjeren. Los que se asientan en el cerebro son los más graves, y hay quistes que tienen hasta tres litros de capacidad. Las membranas quísticas están tapizadas de escólex de las futuras tenias adultas, y bañadas por un líquido que llena el quiste.

Si a un perro se le dan a comer restos crudos con quistes, de animales enfermos, los jugos digestivos disuelven las membranas, y los escólex se prenden a las paredes del intestino y se desarrollan hasta formar tenias.

El contagio puede ocurrir entre el hombre y el perro de una manera más directa. Éste, como sabemos, tiene la costumbre de lamerse. Por esto lleva en la boca infinidad de huevos del peligroso gusano, los cuales transmite al lamer a las personas. Si el hombre se lleva entonces la mano a la boca o toca los alimentos, corre el riesgo de tragar varios de estos huevos. Además, siendo el perro el mejor ".migo del hombre, no es raro encontrar personas que les dan de comer en su mismo plato, o con su mismo tenedor; costumbre antihigiénica que se paga muy cara a veces.

En el aparato digestivo humano se encuentra a veces un largo gusano chato, de dos a tres metros de longitud, en forma de cinta que se adelgaza hacia su extremo anterior hasta adquirir el aspecto de un filamento, el que termina en la cabeza o escólex, del tamaño de una cabeza de alfiler. Este escólex actúa como órgano de prensión, por medio de cuatro ventosas y una corona de ganchos quitinosos que le sirven para adherirse a la mucosa del intestino humano. El gusano, conocido vulgarmente como lombriz solitaria o simplemente solitaria, está formado por el escólex, el cuello y una larga cadena de anillos, de los cuales los últimos, repletos de huevos, se van desprendiendo y salen al exterior con las deyecciones.

Los huevos se desarrollan dentro del anillo y forman una larva llamada exacanta. Cuando estos anillos son comidos por un cerdo o una oveja, la larva queda en libertad en el estómago del animal, pasa al intestino, atraviesa su pared y cae al torrente circulatorio; llega por último a los músculos, donde forma una pequeña vesícula de color blanquecino. Cuando el hombre come la carne del cerdo, las larvas se fijan en su intestino y comienzan a desarrollar la cadena de anillos, con las consiguientes molestias para el individuo de cuyos alimentos asimilables se nutren y en cuyas paredes intestinales pueden a veces producir lesiones.

Otros gusanos parásitos del hombre son las filarías, propias de las regiones tropicales, las que producen enfermedades que se conocen con el nombre de filariosis. Una de ellas, llamada serpiente de fuego o gusano de Medina, vive generalmente en las extremidades inferiores, bajo la piel, donde produce gran comezón y molestia. Para la transmisión de estas filarías es necesario un huésped intermedio, un pequeño crustáceo de agua dulce. Otra especie de filaría es transmitida por un mosquito; vive en la linfa y en la sangre del hombre, en la que produce graves trastornos y provoca la enfermedad que se conoce con el nombre de elefantiasis.

En los niños es frecuente encontrar, como parásitos intestinales, las llamadas vulgarmente lombrices y científicamente Áscaris. En general estos gusanos son inofensivos, siempre que no invadan algún órgano importante o que no se encuentren en grandes cantidades.

Otro gusano parásito, también muy frecuente en el intestino humano, es el oxiuro, que resulta muy molesto por la intensa picazón que provoca.