Los imponentes desplazamientos faunísticos entre las Américas


Veremos ahora con mayotes detalles cuáles fueron las más notables migraciones de mamíferos entre ambas Américas. Podríamos decir desde ahora que los resultados finales han favorecido más a la del Sur; que a la del Norte, pues aquélla recibió más especies que las que ella pudo ceder a su vecina.

La primera etapa es importantísima y fundamental porque contribuyó a formar a muchos de los grupos zoológicos que hoy mostramos como típicos de la fauna sudamericana. Durante su transcurso, y a través de un sólido pasaje, llegaron animales extraños, hoy totalmente extinguidos, que formaban familias y aun órdenes enteros. No eran muy grandes, ninguno alcanzaba la talla de una jaca; no había ejemplar que pudiera recibir el nombre de auténtico roedor, o de verdadero carnívoro, o de mono, tal cual hoy los conocemos. Había, en cambio, representantes genuinos de los marsupiales, la mayoría con numerosos y pequeños dientes que los obligaban a alimentarse preferentemente de insectos, y otros más grandes, de hábitos carniceros, algunos de los cuales todavía persisten, como la comadreja o zarigüeya, cuyos hijitos se toman, con sus colas prensiles, de la cola de la madre y viajan sobre su lomo.

Igualmente pasaron los primitivos antecesores de los que iban a ser luego armadillos, peludos y mulitas, como también los gliptodontes, esos seres tan perfectamente defendidos por una verdadera coraza ósea. Entre los que llegaron a estas latitudes y no dejaron descendencia debemos mencionar a los condilartros, mamíferos herbívoros y con pezuñas. De entre ellos podemos citar a los notungulados, o sea los ungulados del Sur, como los toxodontes, muy comunes en los yacimientos de las pampas argentinas, y tan grandes como un rinoceronte o aun más; los piroterios, que parecían elefantes de escasa alzada, con una corta trompa, y que, al igual que los toxodontes, nunca “llegaron de vuelta” a Norteamérica, pues a lo sumo alcanzaron hasta Nicaragua; los litopternos, a los que pertenece la curiosa macrauquenia, grande como un camello y de grotesca apariencia; se parece a la llama y tiene una pequeña trompa nasal.

La segunda etapa de los movimientos migratorios ocurrió a través de no muy seguras vías de comunicación, de tal manera que los mamíferos que viajaron y pasaron por ellas no deben de haber sido muy voluminosos o pesados, sino más bien pequeños, saltadores y arborícolas. En ese entonces, dos grupos importantes de mamíferos vinieron de América del Norte; uno de ellos, el de los pequeños y primitivos roedores que dieron origen a los característicos roedores sudamericanos, tales como la vizcacha, la chinchilla, él carpincho -grande como una oveja y el mayor de todos los roedores del mundo-, los pequeños y escurridizos cuises, y las pacas y agutíes de las regiones cálidas y boscosas.

El otro grupo era muy distinto, y podemos llamarle el de los monos primitivos o lemuroides, qué de alguna manera deben de haber iniciado la estirpe de los monos que luego poblaron abundantemente los bosques y selvas sudamericanos. ¿Quién no conoce al gracioso caí o mono de los organilleros, o al pequeño tití que podemos sostener en la palma de nuestra mano, o al mono araña, o al enorme y gritón mono aullador, llamado carayá en guaraní? Todos ellos pueden usar la cola prensil como un quinto miembro, hecho qué contribuye a diferenciarlos de los monos del Viejo Mundo.

La tercera y última etapa se inició hace alrededor de siete millones de años y perdura en nuestros días. Es de una importancia extraordinaria no sólo por la gran variedad de especies que intervinieron en sus migraciones, sino también por las distintas corrientes migratorias que se efectuaron en ambos sentidos. América Central fue un sólido pasaje, cuyo clima: tropical, a la par que favorecía el desarrollo de una exuberante vegetación, actuaba como una especie de filtro geográfico, deteniendo a algunos animales y favoreciendo el paso o la dispersión de otros. Con esta ola de invasores llegaron muchas especies que casi, son idénticas a las que hoy tenemos en nuestra fauna: numerosos carnívoros, tales como gatos monteses, hurones, perros; muchísimos roedores, especialmente los sencillos ratones del campo y los conejos silvestres, como el tapetí; también ungulados o mamíferos con pezuñas, que no fueron menos abundantes, y entre los cuales podemos contar a los ciervos, las llamas, los guanacos, los tapires.