¿Qué diremos del perro y de La manera admirable que tiene de expresarse?


Además de expresar el contento o el disgusto, el cariño y la ira, casi todos los canes dan pruebas de entender lo que de ellos se desea. Un caso de los más típicos le ocurrió a un caballero que hablaba con un pastor escocés acerca del perro de este último. El pastor, para hacer ver a su interlocutor la inteligencia admirable del animal, intercaló en medio de una frase estas palabras: “Me parece, señor, que la vaca se ha metido en el patatal”. El perro, instantáneamente, dio un brinco, saltó por la ventana y se encaramó en el techo de la choza, con el fin de descubrir un horizonte más amplio; mas, no viendo a la vaca en el lugar donde estaban sembradas las patatas, fue al establo, vio que se encontraba en él, y volvió tranquilamente a echarse a los pies de su amo. Repitieron el juego, con el mismo resultado, y como por tercera vez dijese el pastor: “La vaca se ha metido en el patatal, señor”, el perro limitóse a ponerse en pie, a lanzar un cariñoso aullido y a enseñar los dientes a su amo, como si S2 sonriera, y le dio la mejor respuesta acurrucándose a la vera del fuego.

Los ladridos y lamentos de los perros constituyen un lenguaje no exento de elocuencia. Puede decirse, además, que estos animales nos hablan con los movimientos de la cola y con los saltos y contorsiones de su cuerpo. Pero, ¿cómo se hablan los perros entre sí? Es posible que, a veces, se transmitan lo que pasa en su interior sin necesidad de sonidos, de la misma manera que actualmente se transmiten los telegramas sin necesidad de alambres; y como ejemplo de ello véase el siguiente caso.

Un perro, ya casi criado, hallábase sobre la tapia de un jardín, en tanto que su padre permanecía al pie de ella. De repente, descubrió el de arriba un enemigo: un perrazo que venía por el camino. Saltó el cachorro inmediatamente de la tapia y se aproximó a su padre. Juntaron los dos las cabezas y, al parecer, estuvieron conferenciando durante breves momentos. Después se encaramaron ambos en la tapia, saltaron al camino y corrieron con todas sus fuerzas detrás del corpulento perro. Separadamente, ninguno de los dos hubiera podido atacar al tercero con esperanzas de éxito; juntos, hubieran dado buena cuenta de él, si su amo, que los siguió un trecho, no los hubiese llamado, obligándolos a volver.

Más admirable aun, por tratarse de una acción meritoria, fue lo hecho por un perro de aguas al que un médico encontró cojo. Recogiólo, lo condujo a su casa y lo dejó marchar nuevamente después de haberlo curado. Al cabo de unos cuantos meses, regresó ya repuesto del todo, pero traía consigo un compañero, el cual tenía una pata lastimada, y con sus miradas y aullidos parecía el primero suplicar al doctor que hiciese con su amigo lo que había hecho con él.

Otro incidente notable ocurrió una vez en un hospital de Londres. Presentáronse un día en él tres perros, dos de los cuales eran fox-terriers, pertenecientes a un librero muy conocido en la ciudad.

Estos dos estaban buenos, pero entre ambos conducían a. un gran mastín que se había lastimado. Los dos fox-terriers vivían junto al hospital y, según explicó su amo, veían a cada momento conducir allí a las personas que recibían algún daño, de lo cual dedujeron que en un lugar donde se auxiliaba a las personas que lo habían menester, no serían rechazados los perros que implorasen socorro. Pero, ¡considérese qué elocuencia no tendrían que desplegar para persuadir al mastín de la conveniencia de dejarse conducir al hospital!