El peldaño más elevado de la escala animal: los simios.


Todo el que haya observado la manera de proceder de los simios en situaciones difíciles y apuradas no podrá menos de convenir en que de hecho, procuran hacerse entender, y lo consiguen, entre los animales de su especie.

Tal vez algunos de nuestros lectores habrán oído hablar de aquella orangután, llamada Juanita, que se hizo famosa por las prodigiosas habilidades que ejecutaba bajo la dirección de su amigo y domador, que era al mismo tiempo su dueño. Un día éste fingió enfadarse con Juanita, por haberse separado de su jaula más de lo conveniente. Entonces el animal corrió presuroso hacia su amo, a fin de desenojarlo; achole los brazos al cuello, lo besó y estuvo cuchicheándole al oído, hasta que creyó haber obtenido el perdón. El domador, claro está, no entendió lo que en sus cuchicheos quería significarle, pero otro orangután sí lo hubiera entendido.

Otro notable caso demuestra palmariamente que' los animales pueden ponerse de acuerdo y comunicarse órdenes para ejecutar un plan determinado. El ilustre explorador y naturalista alemán Brehm encontró durante un viaje una tribu de papiones, en cuya persecución, partieron dos atrevidos perros que acompañaban a la expedición. Escaparon asustados los papiones, pero dejaron abandonada en su huida a una hembra pequeñita. Brehm azuzó a los perros para que le dieran caza, mas cuando éstos iban ya cerca de alcanzarla, resonó entre los monos un prolongado clamor, y mientras así lanzaban su grito de guerra para atemorizar a los canes, un papión viejo y corpulento descendió de las rocas, veloz, aunque tranquilo, arrebató a la cría casi ya dé las fauces de los perros, púsola en lugar seguro y la escudó con su cuerpo hasta que llegaron sus compañeros. Dos días después tropezó Brehm dé nuevo con la misma tribu. Lanzaron como anteriormente los monos su grito de alarma; disparó el explorador su rifle contra ellos; las hembras corrieron con sus pequeñuelos a esconderse detrás de unas rocas, y, entretanto, los machos fornidos, rugiendo amenazadores, distribuyéronse por distintos puntos del bosque y empezaron a arrojar grandes piedras sobre Brehm y sus compañeros. Todos los papiones parecían obrar siguiendo las instrucciones que su jefe les dictaba; y uno de ellos encaramóse a un árbol, con una piedra en la mano, por entender, sin duda, que era ésa una posición ventajosa para arrojar con eficacia el proyectil.

He aquí otro ejemplo, más notable todavía. En el cabo de Buena Esperanza, una tribu, también de papiones, había robado de un cuartel algunas prendas de ropa, y el teniente Shipp envió un pelotón de soldados para recuperarlas. Al verlos, los papiones corrieron en dirección a unas cavernas, a las cuales trataron los soldados de impedirles el acceso. Los monos, sin embargo, lograron llegar antes, y después de apostarse cincuenta de ellos para cerrar el camino que conducía a las guaridas, y de distribuirse los demás; a modo de guerrillas, por las vertientes del monte, empezaron a dejar caer grandes piedras sobre sus perseguidores. Un viejo papión de blanca cabeza, al que todos los soldados conocían perfectamente, porque solía realizar con frecuencia visitas amistosas al cuartel, dirigía la operación. Sus gritos parecían órdenes de general en jefe, y la tribu entera arreciaba en su pedrea, obedeciéndolo ciegamente. Debido a ello los soldados tuvieron que retirarse ante aquel ejército de simios que sabían conducirse como seres humanos acatando las disposiciones de un caudillo.