Un animalito de cuerpo blando que enseñó a los hombres en modo de abrir túneles


Veremos ahora el grupo de los moluscos, entre los cuales los hay que son notables por su potencia destructora, como la folas y el teredo. La primera es un ser de cuerpo blando revestido de una concha quebradiza, y, sin embargo, es capaz de taladrar rocas relativamente duras, como la piedra arenisca, la pizarra y la creta. La folas utiliza para ello las dos valvas de su concha a modo de lima y de cincel.

Empieza por asomar un pie muy recio, que le sirve de ventosa y se pega a la roca que se ha propuesto perforar; luego, valiéndose de su concha, va excavando un agujero en el que se introduce progresivamente. En cuanto la excavación ha adquirido capacidad suficiente para servirle de habitación, queda satisfecha y no penetra más allá.

El teredo es más temible que las folas, pues causa daños de consideración en el casco de los barcos y en las maderas de los muelles, puentes y diques. Tiene la apariencia de un gusano de color blanquecino, con un grosor de dos o tres centímetros y una largura que alcanza hasta 50 centímetros. Se introduce en todas las maderas, si bien prefiere ciertas especies vegetales. No se contenta con abrirse camino, sino que se construye una especie de túnel de materia calcárea, de modo que pueda moverse libremente, seguro de que no se hundirá la madera carcomida.

Como secuela de haber observado los trabajos de ese animal, el célebre ingeniero inglés sir Isambard Brunel ideó un procedimiento para construir el túnel del Támesis. Dispuso, efectivamente, que los operarios fueran clavando estacas en el fango, protegidos por una armazón a manera de escudo. Al paso que progresaban las obras de perforación, iban empujando más y más este escudo hacia adelante por debajo del lecho del río, mientras se evitaba todo hundimiento en la parte ya excavada mediante un revestimiento de mampostería, como el tubo que se construye el teredo.

Parece extraño que un ser tan dañino como el teredo abunde tanto en los mares europeos. Se encuentran enormes cantidades en las costas del sur de Inglaterra, y en Holanda faltó poco para que fueran causa de un desastre irreparable. Sabido es que hay partes de aquel país más bajas que el nivel del mar, y se evitaba su inundación mediante diques de madera; pues bien, el terrible teredo carcomió de tal manera las estacas, que las aguas estuvieron a punto de romper dichos diques e inundar buena parte del territorio. Ese animalito ofrece cierta utilidad. En los países en que hay lluvias abundantes, las inundaciones suelen arrastrar por el cauce de los ríos grandes masas de leña y árboles derribados; estas masas se acumulan en la desembocadura, formando como una barrera que causaría el desbordamiento del río en una extensión de centenares de kilómetros. Pero el teredo roe los árboles de tal manera que el agua puede destrozarlos y llevárselos a pedazos.