El pejerrey, pez de exquisita carne y alto valor comercial


Los conocedores afirman que entre los más sabrosos peces del mundo se cuentan los pejerreyes de la República Argentina. Con este nombre genérico confunden el vulgo y el comercio dos especies parecidas en verdad, pero que el experto distingue fácilmente: el pejerrey fluvial, que vive en el río de la Plata y en sus afluentes inferiores y entre éstos de preferencia en la cuenca del río Salado, y también en la mayoría de las lagunas de la provincia de Buenos Aires, y el pejerrey marino del Atlántico sur.

Seguramente los fluviales descienden de los marinos. Algunos de éstos llegaron en sus migraciones o por pululación a la proximidad de la desembocadura del río de la Plata, donde se mezclan las aguas dulces con las saladas, y se acostumbraron a vivir en menor salinidad; pasaron lentamente a aguas cada vez más dulces, y, adaptándose gradualmente, adquirieron los rasgos que los caracterizan como especie y los diferencian de sus congéneres marinos.

Si el pejerrey de agua dulce vuelve o no temporalmente al mar y en él vive algún tiempo, es cosa que nadie lo sabe todavía; presúmese que no; lo cierto es que en épocas determinadas del año, el pejerrey del río de la Plata emigra con rumbo y fin todavía desconocidos.

Los pejerreyes de río se reúnen en cardúmenes según su tamaño o, lo que viene a ser lo mismo, según su edad, sin llegar a mezclarse los de edades distintas.

Los huevos son depositados por series durante la primavera, en número que varía de acuerdo con el tamaño de la hembra: una de 40 centímetros de largo pone alrededor de 8.000 huevos en la temporada. La envoltura de los huevos está provista de filamentos pegajosos, por medio de los cuales, al depositarlos, las hembras los fijan cuidadosamente a la vegetación acuática, agrupándolos en racimos.

La incubación del huevo dura aproximadamente doce días, a la temperatura de 18 grados; a temperaturas inferiores se retarda. A los dos años de nacido el pejerrey es apto para reproducirse. Salvo en el momento de la reproducción, no existen diferencias sexuales entre el macho y la hembra. Los ejemplares mayores conocidos miden 70 centímetros de largo, con un peso máximo de 3 kilogramos.

El pejerrey no exige mucho para vivir: se halla a su gusto lo mismo en el estuario y en los ríos que en los arroyos o lagunas; poco le importa que las aguas sean turbias o claras, si son dulces o ligeramente salobres y su temperatura no baja de 6 grados ni sube de 30. Y, como la gran mayoría de los otros peces, se alimenta con los pequeños seres que pueblan las aguas y cuyo conjunto sabemos que recibe el nombre de plancton.

El pejerrey tiene un alto valor comercial, por lo exquisito de su carne y su gran rendimiento alimenticio; esto, unido a su facilidad de desarrollo en ambientes diversos y además a que resiste bien a las manipulaciones conexas a la fecundación artificial, al cultivo en extensiones reducidas y al transporte de largas distancias, justifica la decidida voluntad del ministerio de Agricultura de Argentina, que quiere propagar la especie en la República entera, y afirma que todo estanciero debe tener en sus estancias pejerreyes lo mismo que tiene ovejas o vacas. El nombrado ministerio cría pejerreyes en viveros especiales, seleccionándolos y vigilando celosamente el desarrollo de los huevos; en aparatos apropiados traslada huevos, alevinos y aun adultos a los parajes (lagunas, lagos o arroyos) que desea poblar. Según los informes oficiales, una hectárea de agua puede producir muchos pesos anuales de pejerrey. Y piénsese que no se trata en este caso de piscicultura intensiva, sino que se abandona a los pejerreyes a la buena de Dios. Los inteligentes y progresistas piscicultores estadounidenses, en vista del valor del pejerrey, trabajan por aclimatarlo en Estados Unidos.

Peces de la misma familia del pejerrey existen en el Atlántico norteamericano; pero son de calidad tan inferior que los pescadores del golfo de México los emplean únicamente como carnada en sus anzuelos.

Haremos mención, después de estos peces migradores, de otro que no es aficionado a viajes, y al cual se conoce con el nombre de lucio o sollo. Es de los más fieros que hay en Europa, pues ataca y devora a todo ser viviente: ratas, ranas, culebras, aves acuáticas y peces, sin respetar a los de su propia especie. Únicamente le arredran las grandes y robustas percas, cuyas espinas punzantes son un bocado harto dificultoso, aun para las mandíbulas del “pirata de agua dulce”, como los pescadores llaman al lucio. Si los lucios jóvenes logran salvarse de las mandíbulas de sus mayores, pronto alcanzan un tamaño regular, y muestran una voracidad comparable a la de sus padres.

Una cría del lucio, de unos doce centímetros de largo, se tragó una vez un gobio tan grande como ella, V se fue nadando tranquilamente, saliéndosele por la boca la cola del gobio. El lucio hace su habitación en un agujero de las márgenes del río, entre las hierbas acuáticas, y permanece allí en acecho hasta que acierta a pasar algún animal que le sirva de alimento. De no ocurrirle percance alguno, el lucio sigue creciendo por espacio de varios años. Por término medio, el peso de un lucio es de 5 a 9 kilogramos, pero se han pescado algunos hasta de 27.

En América del Norte existe una especie de lucio llamado muskelunga o sollo americano, que llega a pesar más de 30 kilogramos. Presenta las aletas situadas muy atrás, cerca de la cola; esta disposición, junto con la forma muy alargada del cuerpo, le permite acometer en forma vertiginosa a sus víctimas.