El espinoso, un pez que sabe fabricarse un nido admirable


Para albergar los huevos, el espinoso construye un nido maravilloso. Recoge fibras muy tenues, que entreteje con ¡a boca, colocándolas luego en cualquier pequeño objeto hueco que encuentra, o que pueda él fabricarse. Va ensayando cuidadosamente cada trozo de material, para cerciorarse de que su peso es suficiente y de que no flota; en caso contrario, le añade un poco de arena, aumentando de este modo dicho peso. Cuando todo está listo, reviste el conjunto de una especie de cemento que él mismo produce, y hace luego un agujero que atraviese al nido de parte a parte, lo que permite a la hembra entrar por un lado y salir por el otro.

La hembra pone entonces los huevos dentro del nido; y, por espacio de tres semanas, el macho permanece de guardia junto al nido día y noche. Los grandes peces se acercan con ánimo de devorar los huevos, pero el pequeño centinela los acomete con tal luna que, si no se retiran, es fácil que perezcan desgarrados por las tremendas espinas. Embiste y ahuyenta de este modo a peces cuyo tamaño es veinte veces mayor que el suyo. Cuida, además, de que se renueve el agua en el interior del nido, agitándola con sus aletas de modo que se origine una corriente que atraviese de parte a parte la pequeña vivienda, y que los huevos se hallen siempre en contacto con agua pura; también suele coger el nido con la boca y moverlo de manera que los huevos cambien de posición.

Al cabo de tres semanas de incubación, salen las crías. Entonces son mayores todavía las fatigas del espinoso, pues sus hijuelos, sin conciencia del peligro, van nadando por lugares llenos de peces grandes que los acechan para comérselos. El macho ha de correr tras ellos, ahuyentar a los enemigos, y cogiendo con la boca uno por uno a los fugitivos, llevárselos otra vez al nido o al fondo, donde le es más fácil tenerlos reunidos y vigilarlos eficazmente. Al paso que los pequeñuelos crecen, la vigilancia va siendo menos necesaria, y el padre no tarda en morir.

El pez del paraíso, de China, es asimismo gran constructor de nidos; pero los hace enteramente de materiales sacados por el macho de su propio cuerpo. Éste sopla por la boca unas burbujas de mucosidad, formando con ellas en el agua un nido algo semejante al que ciertos insectos construyen en las flores; en él son depositados los huevos que pone la hembra, y nacen los pececillos, cuya vigilancia incumbe al macho.

Los chinos son muy aficionados a criar esos peces, los cuales pueden vivir en toda clase de aguas, por impuras y turbias que sean. En el agua sucia su color es pardo, pero se pone rojo dorado en las aguas límpidas.