¿De dónde vienen los salmocitos que van nadando hacia el mar?


Otras veces vieron salmoncitos de reflejos plateados, que iban solos hacia el mar, y no acertaban a explicarse de dónde venían. Hicieron indagaciones, y lo único que pudieron encontrar fue grandes cantidades de pececillos, algo parecidos al salmón, pero desprovistos de escamas plateadas, y rayados de negro. Éstos, dijeron, no pueden ser salmones, porque, si lo fueran, se parecerían a sus padres.

Pero un año, a un observador se le ocurrió colocar algunos de esos peces en un estanque y estudiar su crecimiento. Observó con cuidado hasta la primavera del año siguiente, y vio cómo se borraban las rayas negras y se formaban gradualmente las escamas plateadas. Por fin desaparecieron las rayas enteramente, y entonces pudo verse a los jóvenes salmones revestidos de su espléndida vestidura de plata y ardiendo en deseos de lanzarse río abajo para llegar al mar.

Estudiemos ahora la vida de los salmones, así de los grandes como de los pequeños.

Empezaremos por el momento en que están en el mar los individuos de gran tamaño, que algunos meses atrás bajaron, según hemos visto, siguiendo la corriente de los ríos. Su apetito es formidable; comen camarones, anguilas, arenques, o cualquier cosa que venga a ponerse al alcance de sus mandíbulas, provistas de agudos dientes. Engordan muchísimo, tanto, que cuando se pescan, pueden verse entre la carne las capas de sustancia grasa. Después de haberse estado nutriendo de este modo abundante, aumentan más y más sus deseos de volver a vivir en las aguas dulces. Entonces es cuando se introducen por la desembocadura de ciertos ríos. El instinto les dice si ha llegado o no el momento más propicio para emprender el viaje. Si el agua del río está muy baja, echan de ver que no podrán remontarlo, y esperan a que la lluvia haga subir el nivel; solamente entonces salen de las aguas del mar y penetran en el agua dulce.

No viajan en grandes cardúmenes, como los arenques, sino en pequeños grupos, que van remontando la corriente uno tras otro. Todo va bien en la desembocadura del río: el camino es ancho, el agua profunda, la natación fácil. Además, no les inquieta el alimento, porque han comido bastante para algún tiempo.

Es un ejemplo de admirable previsión de la Naturaleza. El alimento que necesitan los grandes salmones no existe en los ríos; por consiguiente, si los salmones tuviesen hambre, se verían precisados a volver atrás, y nunca acabarían de remontar la corriente de agua dulce. Pero han dejado el apetito en el mar; y, cuando penetran en el agua dulce, se les contraen las fauces y el estómago, y no sienten, a partir de entonces, más ganas de comer.