¿Qué sucedería si dejase de existir la presión atmosférica?


Supongamos que encontrásemos la manera de tomar una parte de nuestro cuerpo, un brazo, por ejemplo, y de hacer que la presión atmosférica dejase de actuar sobre él, o de disminuirla considerablemente, por lo menos. La presión atmosférica dejaría de ser la misma en todo nuestro cuerpo, y ocurriría seguramente algo extraño.

Tenemos, por ejemplo, un dolor en el brazo o en la espalda. A veces, el mejor modo de hacerlo desaparecer es tomar un vaso, meter en él un trozo de algo que arda y aplicar el vaso a la piel. Hay que cuidar de no quemarse; lo que se conseguirá disponiendo las cosas de modo que el vaso quede boca abajo. La combustión de la torcida consumirá el oxígeno que hay dentro del vaso, y la presión descenderá en su interior notablemente. Lo que en realidad hemos hecho ha sido suprimir la presión atmosférica del pequeño círculo de piel que cubre el vaso, mientras el resto del cuerpo continúa como antes. Pues bien, observemos ahora los efectos de la presión atmosférica. Como ésta actúa sobre todo el cuerpo, excepción hecha del pequeño trozo de piel, oprime los líquidos de nuestro organismo haciéndolos pasar a la parte en que está aplicado el vaso. Esta parte se hincha más y más y se eleva dentro del vaso, formando una especie de pelota de aspecto grotesco. He aquí los efectos de la supresión de la presión atmosférica en una parte del cuerpo. Daño no recibimos con ello realmente, sino al contrario, un beneficio, pues con frecuencia nos libra de un dolor. Después, si introducimos un objeto cualquiera entre el borde del vaso y la piel, a fin de que penetre el aire en su interior, aquél se desprenderá al punto, y entonces la misma presión atmosférica, al actuar de nuevo sobre el círculo de piel mencionado, tiene por efecto que las sustancias fluidas en él acumuladas se dispersen otra vez, y no tarda en bajar la hinchazón. Esto se llama “aplicar una ventosa”.