¿Qué tamaño tiene el espacio que rodea al universo?


Esta cuestión es una de las que más han apasionado a los hombres desde que empezaron a reflexionar. ¿Quién, en una hermosa noche estrellada de verano, mirando la bóveda celeste, no se ha hecho esa pregunta? Sabemos, porque nos lo han dicho o porque lo hemos leído, que los estrellas que vemos están a inmensas distancias; que su luz tarda años y hasta millones de años para llegar hasta nuestros ojos; y, también, que hay estrellas invisibles aun para los telescopios más poderosos de que disponemos en la actualidad, tan gigantesca es la distancia a que se hallan. Pero entonces surge inevitable y fascinante la pregunta: “Muy bien, ¿pero es posible que siempre haya una estrella más lejana? ¿No hay límite más allá del cual no haya estrellas en absoluto?”.

Supongamos, por un momento, que respondemos: “Las estrellas tienen un fin; más allá de tales y tales estrellas nada hay; a partir de ellas reina el vacío absoluto, la noche total e insondable”. Pero entonces nace otro interrogante, aun más misterioso: “Y el espacio que contiene las estrellas y los planetas, ¿se extiende indefinidamente? ¿No hay límites, no hay algo, una frontera remota más allá de la cual no haya nada?”.

A esta apasionante pregunta la física actual, desde Einstein, contesta lo siguiente: el espacio es curvo, no recto, y vuelve, por decirlo así, sobre sí mismo. De modo que es ilimitado pero finito. Esto es fácil de entender pensando en la Tierra: es esférica, y si se camina en una dirección no se encontrará jamás un límite -es, pues, ilimitada-; pero, sin embargo, sabemos que la Tierra no es infinita, sino que tiene un tamaño determinado.