¿Es conveniente tener siempre algo que hacer?


El trabajo es una cosa que a todos nos cansa, a veces, y que abandonamos siempre con alegría. Esperamos con júbilo los días festivos; no nos agrada tenernos que levantar temprano, y desearíamos que alguien nos legase su fortuna. Sin embargo, si nos fijásemos un poco, veríamos que el trabajo nos es muy provechoso, y a nuestro alrededor podemos contemplar cada día las consecuencias de permanecer mano sobre mano, aun en las personas que poseen mucho dinero para divertirse.

Hay dos clases de personas: las que se procuran algún trabajo, aunque posean cuantiosos bienes de fortuna, y las que huelgan de continuo. Para los primeros, el dinero constituye su felicidad: no les acarrea ningún mal, y puede proporcionarles muchos bienes. Pero para los que no hacen nada, el dinero puede ser su perdición.

El trabajo no constituye una necesidad para algunas especies simples de seres, como, por ejemplo, aquellos cuya sangre es fría, tales como los lagartos; por el contrario, lo natural en ellos es permanecer inactivos. No se aburren nunca, sus cuerpos no se tornan flojos y desmirriados, y no comen ni beben más que lo que les es provechoso y necesario. Pero el rasgo más distintivo de los seres humanos, y en especial de sus tipos más elevados, es que todos experimentan un impulso, una necesidad de hacer algo; de formar planes y ponerlos en ejecución inmediatamente.

Cuando un hombre se retira del trabajo, al cual ha dedicado su vida entera, siente tan profundo pesar si no encuentra una ocupación fácil a que dedicar las energías que le restan, en vez de la ruda labor que ya es superior a sus fuerzas, que no tarda en convencerse de que vale mucho más trabajar que permanecer en la ociosidad estéril.