¿Por qué tenemos miedo, cuando no quisiéramos tenerlo?


Nuestra voluntad no domina, por desgracia, a nuestras sensaciones. Éste es uno de los hechos más importantes de la naturaleza humana. De nada servirá, por tanto, que deseemos o no estar tristes, o alegres, o asustados: no podemos disponer de nuestros sentimientos.

Pero una cosa es experimentar una sensación y otra dar muestras de ella, y otra obrar obedeciendo ciegamente a sus impulsos. Nuestra inteligencia sabe perfectamente lo que la voluntad puede hacer y lo que no puede hacer. Como dice muy bien la pregunta, ésta no puede evitar que experimentemos ciertas sensaciones, ni puede hacernos sentir otras, por mucho que lo deseemos. Pero puede evitar toda manifestación exterior de dichas sensaciones, hasta el extremo de que un hombre es capaz de aparecer tranquilo y expresarse con voz firme, aunque sienta mucho miedo, y, lo que es mejor todavía, nuestra voluntad puede evitar que obremos siguiendo los impulsos de nuestras sensaciones; de suerte que, si bien no podemos evitar el sentir miedo, podemos abstenernos de huir. Vemos, por consiguiente, que hay dos clases de valor: el del hombre que no siente miedo y no huye por esta causa, y el del que experimenta gran terror, y a pesar de ello permanece en su puesto. Y tal vez tenga más mérito la conducta del que no huye por conciencia del deber, que la del que permanece tranquilo porque “no sabe lo que es miedo”.