¿Por qué nos adormecemos al aspirar cloroformo?


Todos nuestros actos sensitivos y mentales dependen del cerebro. Cuando pensamos, cuando vemos o cuando sentimos un dolor, nuestro cerebro interviene. Una persona que haya respirado una cantidad suficiente de éter o cloroformo, o que haya ingerido gran cantidad de alcohol o de opio, no puede sentir dolor, aunque le corten la piel; porque donde se siente realmente el dolor es en el cerebro, y éste se halla embotado.

La pregunta debe, pues, formularse en estos términos: ¿Por qué los anestésicos, que así se llaman estas sustancias, paralizan el funcionamiento del cerebro? No sabemos gran cosa sobre este particular, pero nos consta que el cloroformo, por ejemplo, se halla formado de ciertas moléculas químicas, las cuales pasan a la sangre, que circula por los pulmones, cuando lo aspiramos, y llegan a los pocos instantes al cerebro. Sabemos, además, que el cloroformo es una sustancia extremadamente volátil, que pasa con gran facilidad a través de las paredes de los vasos sanguíneos cerebrales y se introduce en la misma masa encefálica. Las moléculas del cloroformo afectan así los tejidos del cerebro, e impiden, probablemente, que éste pueda asimilar el oxígeno de la sangre, con lo que lo privan de toda actividad. Pero, en cuanto la persona deja de respirar el cloroformo, y la sangre que afluye al cerebro se halla libre de él, el que existe en dicho órgano pasa nuevamente a la sangre, es expelido por los pulmones y se marcha por el mismo camino por el cual vino, y el paciente recupera los sentidos.