¿Por qué está siempre el aire tan caliente antes de que se produzcan las tormentas?


En rigor de verdad, no es cierto que el aire esté siempre caliente antes de las tormentas; lo que ocurre es que, en ese caso, sentimos casi siempre una especie de calor fisiológico, que no acusan los termómetros, y todo depende de la diferencia entre ambas cosas. Juzgamos del calor de las cosas que nos rodean por el de nuestra piel, donde residen las extremidades sensitivas de los nervios que nos dan la sensación de frío o de calor, y el motivo de que nos parezca que hace calor antes de las tormentas es que nuestra piel se hace más apta para recibirlo en esas ocasiones tan especiales.

Antes de las tormentas, el aire se halla casi saturado de humedad, lo cual quiere decir, como se comprenderá fácilmente, que se resiste a recibir en su seno mayor cantidad de ella; y nuestra piel, que está constantemente produciendo agua -porque sudamos sin cesar, lo advirtamos o no-, está incapacitada para desembarazarse de ella con la rapidez acostumbrada, y solemos exclamar: "¡Qué pesada está la atmósfera!"

Ahora bien, uno de los grandes medios que tienen la piel y el cuerpo de mantenerse frescos, a pesar de la gran cantidad de calor que de continuo producimos, es la evaporación en el aire del agua procedente de la piel. Si se hace más lento este proceso, la piel adquiere, como consecuencia, un calor molesto.

Después de la tormenta, cuando la lluvia ha limpiado ya la atmósfera de la mayor parte de la humedad que contenía, el aire vuelve a absorber el exceso de humedad que mortificaba a la piel, y exclamamos: "¡Qué fresco tan delicioso!"