¿Por qué descubrimos tan grandes espacios mirando desde una ventana pequeña?


Si contemplamos un ojo humano, descubrimos en el centro de la parte coloreada de él una manchita negra que se llama pupila. Ahora bien, no cabe duda de que esta manchita es una ventana, y bien pequeña por cierto; y, sin embargo, por ella podemos contemplar inmensa extensión del cielo infinito. Por consiguiente, esta pregunta relativa a la extensión que se descubre desde una ventana pequeña, puede muy bien referirse lo mismo a la pupila del ojo, que a la ventana de una casa.

Contemplar el cielo de noche por una pequeña ventana es, al fin y al cabo y necesariamente, contemplarlo por la diminuta ventana del ojo: la explicación será, por consiguiente, la misma para ambos casos. En ambos veremos numerosas estrellas en muchas direcciones, y ya sabemos que la distancia que separa a estos astros es enorme. Esto quiere decir que los rayos de luz vienen directamente de cada estrella al ojo, y penetran en él desde varias direcciones a un tiempo. En tanto que estos rayos no inciden sobre la retina -que es la pantalla sensible colocada en el fondo del ojo- en una dirección demasiado oblicua, veremos todas las estrellas a la vez. No es necesario advertir que el tamaño de la pupila y el de la ventana hacen variar considerablemente la extensión de cielo que podamos descubrir, pues cuanto menor sea la abertura, mayor será el número de los rayos que quedan interceptados como consecuencia de incidir bajo un ángulo muy grande.