POESÍA DE LAS COSAS COMUNES


Apenas hay asunto alguno que no se pueda tratar poéticamente, pues en todo cabe la poesía o, mejor dicho, todo encierra poesía para el verdadero poeta, que sabe descubrirla. Como la vida presenta variadísimos aspectos, así la poesía tiene una infinidad de matices; pues, en realidad, la poesía no es otra cosa que la vida cantada.

Así como entre los hombres cada uno tiene una fisonomía propia que le distingue de los demás, así también en las producciones poéticas de una misma índole hay rasgos peculiares de sentimiento que dependen de la psicología y temperamento propios del poeta y constituyen, por decirlo así, la nota distinta de su personalidad creadora.

Entendamos, pues, que los poetas, ya sean épicos, dramáticos o líricos (y especialmente estos últimos) se diferencian mucho entre sí por la manera que tiene cada uno de ver las cosas, por los asuntos que escogen para sus escritos, por enamorarse éste de un pormenor que aquél no supo ver, por encontrar uno su fuente de inspiración donde el otro nada halló.

De esta diversidad de percepción, sensibilidad y gusto artístico, resulta que todos los aspectos, matices y particularidades de la vida ordinaria pueden hallar su cantor inspirado.

Los poetas no necesitan, por tanto, tomar siempre por tema de sus composiciones grandes acontecimientos, para sentirse favorecidos por la musa. Y pues hacemos mención de la musa de los poetas, diremos de paso que esta expresión la hemos recibido de la mitología griega, la cual suponía la existencia de ciertas deidades, hijas de Zeus, dotadas como él de la ubicuidad o cualidad del que puede estar presente a un mismo tiempo en todas partes y de la omnis scientia, es decir, el que conoce todas las cosas reales y posibles del mundo.

Esas diosas se llamaban "musas" y los vates solían comenzar sus poemas con una invocación a las mismas, implorando la inspiración en sus versos. Homero comienza así su inmortal poema La Riada: "Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquiles"... A éste se le llamó así por ser hijo de Peleo, un rey legendario. Pero seguramente la musa no sólo concede su inspiración a los poetas cuando celebran las hazañas de los héroes y los dioses, sino también cuando nos hacen sentir los encantos de un hogar tranquilo o los dulces recuerdos de la infancia feliz.

En las páginas del Libro de la Poesía abundan hermosos poemas inspirados en los pequeños hechos de la vida cotidiana y en las cosas comunes que por todas partes nos rodean.

En todas partes podremos hallar verdadera poesía si nuestro espíritu sabe buscarla. Podremos así describir poéticamente el caballo de tiro que va por las calles de la ciudad con paso cansino y el fogoso alazán de pura sangre árabe que atraviesa la llanura a galope tendido.

Hay poesía en los frescos prados donde pastan las vacas y corderos y corren mansamente los cristalinos arroyuelos. También la hay en el viejo sillón donde se sienta o se sentaba el abuelo, en su antiguo reloj que conservamos como recuerdo, en la columnilla de humo que vemos elevarse a lo lejos por la chimenea de una vieja casuca aldeana...