LA MUERTE DE JUDAS - Vicente Monti


En esta serle de cuatro sonetos el poeta dramático italiano Vicente Monti (1754-1828). dice, en versos del más puro corte clásico, lo que. según su fantasía, aconteció con el cuerpo y el alma de Judas. Los sentimientos que atormentan el alma del |¡rin traidor se hallan expresados con meridiana claridad, en brillante contraste con el triunfo de Jesús de Nazareth.

I
Su oro arrojó y al árbol despechado
El apóstol trepó, traidor a Cristo;
Ató el cordel, y el cuerpo abandonado
Fué con horror balanceando visto.

Lanzó el alma en su pecho
acongojado Ronco estertor; y con lamento mixto
De miedo e ira, blasfemó el malvado:
 -¡Cuesta un Dios el infierno que conquisto!-

El alma impía vomitó rugiendo,
T.a justicia divina asióle airada,
Y el dedo en sangre de Jesús tiñendo,

Su sentencia en la frente amoratada
Le escribió y desdeñosa sonriendo
Hundió su espectro en la infernal morada.

II
Cayó aquella alma en la región precita,
Y del golpe al estrépito violento
La montaña tembló; mientras el viento
Su despojo mortal en lo alto agita.

De la cumbre del Gólgota bendita
Su vuelo alzando silencioso y lento
La vista horrible de su fin sangriento
El coro d.e los ángeles evita.

Los demonios, saliendo del profundo,
Juntáronse en tropel a descolgalle,
Y en sus hombros cargando el tronco inmundo,

Al infierno otra vez se abrieron calle,
Arrojando al espectro vagabundo
El cuerpo vil en el maldito valle.

III
Al recobrar el alma condenada
El cuerpo en que habitara antiguamente,
De sanare en caracteres señalada
Su sentencia inmortal brotó a su frente

A semejante vista huyó espantada
Del vil apóstol la precita gente,
Y del infierno le dejó a la entrada
Del odio universal blanco viviente.

Pugnaba el miserable avergonzado
La marca por borrar de su delito,
Y arañaba su frente despechado,

Sin lograr de su tez borrar lo escrito:
Que con sangre de Dios fué allí marcado
Y el rastro de su sangre es infinito.

IV
En esto un grande estruendo se sentía
Por la infernal mansión jamás oído.
Era Jesús que en gloria conducido
A hollar los reinos de Luzbel venía.

Se halló en la senda que Jesús traía,
Judas; callado le miró y corrido:
Lloró al fin, mas el párpado oprimido
Lava ardiente, no lágrimas vertía.

Sobre el semblante del traidor
de lleno Reverberó su resplandor divino,
Y humo impuro brotó su inmundo seno.

Justicia entonces al tremendo sino
Infernal le lanzó: y el Nazareno
Tornó la faz y prosiguió el camino.