EL ALBATROS - Carlos Baudelaire


Entre las aves marinas no hay ninguna que vuele con tan soberana majestad como el albatros; pero, hecho prisionero e impedido de valerse de sus alas, el soberbio pájaro resulta ridículo, y es objeto de mola y menosprecio. De igual modo el poeta, habituado a cernerse en las supremas regiones de la inspiración y del arte, no se amolda fácilmente a las prosaicas realidades de la vida ordinaria. Tal es el pensamiento de la siguiente composición de Carlos Baudelaire (1821-1867), originalísimo poeta francés, autor de las famosas "'Flores del Mal", cuya aparición provocó agrias discusiones y unánimes críticas.

La gente marinera, con crueldad salvaje,
Suele cazar albatros, grandes aves marinas.
Que siguen a los barcos, compañeras de viaje,
Blanqueando en los aires como blancas neblinas.

Pero, apenas los dejan en la lisa cubierta,
¡Ellos, que al aire imponen el triunfo de su vuelo!
Sus grandes alas blancas, como una cosa muerta,
Como dos remos rotos, arrastran por el suelo.

Y el alacio viajero toda gracia ha perdido,
Y, como antes hermoso, ahora es torpe y simiesco:
Y uno le quema el pico con un hierro encendido
Y el otro cojeando mima su andar grotesco.

El Poeta recuerda a este rey de los vientos
Que desdeña las flechas y que atraviesa el mar;
En el suelo, cargado de bajos sufrimientos,
Sus alas de gigante no le dejan andar.

EL LEÓN ENJAULADO

Como los leones enjaulados, los pueblos que caen en la esclavitud pierden sus bríos y gallardías naturales y sen objeto de ludibrio. Así lo enseña simbólicamente en esta poesía Armando Sully-Prudhomme, poeta francés (1839-1907J.

Inmóvil, soñoliento, amodorrado,
Tras las barras de hierro,
Un enorme león, rey destronado,
Tendido estaba en el angosto encierro;
Respiración tardía
El vientre, acompasado, le movía.
Medio cerrada la pupila ardiente
Por el párpado oscuro,
Quizás imaginaba vagamente
El bosque inmenso, el antro bien seguro,
El desierto sin lindes, que al sol arde,
Las fuentes claras bajo el cielo puro.

La multitud curiosa, aunque cobarde,
De pie quisiera verlo, enfurecido,
Desesperado, con gallardo alarde
Lanzar su indignación en un rugido.
Y exclamaba enojada:
“¿Ésa es la horrible fiera no domada?
¿Ése el rey de las líbicas arenas?
¿Y un charlatán le palpa la quijada
Y hunde la mano vil en sus melenas?
¡Que se levante y luzca su figura!”
Entonces el guardián le dice: “¡Arriba!”
Y con pértiga dura
Su perezoso despertar aviva.

El enorme león se ha levantado;
Mira al guardián tranquilo y sin
cuidado; Si hombre fuera, dijérale: “¡Qué necio!”
Bosteza -es la expresión de su desprecio-,
Y se tiende después del otro lado.
Porque sabe el león, y toma en cuenta,
Que el domador odioso lo atormenta
Cobarde, impunemente;
Que toda rebelión será enfrenada;
Que es su fuerza impotente;
Que él. sin la libertad, no vale nada.