Parte 2


En el estrecho recinto
De una franciscana celda,
Cómoda aunque humilde y pobre
Y de extremada limpieza,
De la Rábida el prelado
Con sus dos huéspedes entra
Y después que sendas sillas
Les ofrece y les presenta,
Abre franco y obsequioso
Una mezquina alacena,
De donde bizcochos saca,
Una redoma o botella
Del vino más excelente
Que da el condado de Niebla,
Aceitunas, pan y queso,
Y tres limpias servilletas,
Acomodándolo todo
En una redonda mesa,
No lejos de la ventana
Que daba vista a la huerta.
En seguida llama al lego,
Y que al punto traiga, ordena,
Huevos con magras adunia,
Y chanfaina, si está hecha.
Encargándole que todo
Caliente y sabroso venga,
Que no charle en la cocina,
Ni se eternice y se duerma,

Dadas sus disposiciones,
Al extranjero se acerca
(Que por tal le ha conocido
En el porte, traje y lengua).
Con una taza le brinda,
Y al niño que tome ruega
Un bizcocho que le alarga,
Y lo acaricia y lo besa.
Bebe el huésped, luego bebe
Fray Juan Pérez de Marchena;
Y el niño come el bizcocho,
Toma un sorbo de agua fresca,
Y con el zurrón que el padre
Se ha quitado y puesto en tierra,
Sacando cuanto contiene,
Vivaracho travesea.

El Guardián varias preguntas
Hace al extranjero, acerca
De su patria, de su estado,
Y del arte que profesa:
Aunque aquellos instrumentos
Con que la criatura juega,
Que le son muy familiares,
Ya casi se lo revelan.
-Que es genovés y viudo-
Atento el huésped contesta;
-Que es navegar su ejercicio,
Y de piloto su ciencia.-

Y así como una vasija
Que está rebosando y llena
De un líquido, algo derrama
A muy poco que la muevan,
Dio indicios claros, patentes,
En sus fáciles respuestas
De aquel grande pensamiento
Portentoso, que le alienta,
Que, exclusivo, su alma absorbe,
Que es la sangre de sus venas,
Que es el aire que respira,
Que ya es toda su existencia,
Y que causó los extremos
Que delante de la iglesia
El mar contemplando, hizo,
Como referidos quedan.

“Que el occidente escondía-
Dijo- riquísimas tierras,
Que era el ancho mar de Atlante,
De la gran Tartaria senda,
Y que dar la vuelta al mundo
Para él cosa fácil era”;
Con otras raras especies,
Tan inauditas, tan nuevas,
Que al escucharle, pasmado
Fray Juan Pérez de Marchena
(Aunque a osados mareantes
Hablaba con gran frecuencia,
Por haber muchos en Palos,
Y aunque sabe las proezas
Y raros descubrimientos
De las naves portuguesas),
No acierta si está escuchando
A un orate o a un profeta,
Si es un ángel o un demonio
El hombre que está en su celda;
Mudo se alza: llama al lego
Y que busque a toda priesa
Le manda a Garci-Fernández,
Que estaba ha poco en la iglesia.

No tardó Garci-Fernández
En presentarse en la escena
Con el lego, que el almuerzo
Colocó sobre la mesa.
Era médico de Palos,
Hombre docto y de experiencia,
De sagacidad y astucia,
De malicia y de reserva.
Viejo y magro, pero fuerte,
Mellado, la cara seca,
Calvo, la barba entrecana
Y la tez tosca y morena.
De estezado una ropilla,
Calzas de burda estameña,
La capa de pardo monte
Y el sombrero de alas luengas,
Era su traje. La mano
Y el hábito al fraile besa,
Y al incógnito saluda
Con curiosidad inquieta.

El médico, el extranjero
Y el padre Guardián se sientan,
Dando al almuerzo principio,
Y mutuamente se observan.
Pero el silencio interrumpe,
Después de haber hecho seña
Al sagaz Garci-Fernández,
Fray Juan Pérez, y comienza
A hablar de navegaciones
Y desconocidas tierras,
Preguntándole a su huésped
Su parecer sobre ellas.


Pagina anterior: Parte 1
Pagina siguiente: Parte 3