Parte 3


VII
¡Oh cómo duermen en la móvil cuna!
En su frente la paz brilla serena.
Parece que a esos huérfanos dormidos
Rumor alguno despertar no pueda,
¡Ni el clarín del juicio!; es que inocentes
Son, y a su juez no teme la inocencia.
La lluvia en turbión cae sobre la playa,
Y sobre el rostro a veces de la muerta
El viejo techo arroja helada gota,
Que en sus mejillas lágrima semeja.
Cómo campana que doliente gime,
Y la onda incesante en las orillas suena.
Impasible la muerta escucha inmóvil.
El cuerpo, cuando rompe la cadena
Dé la vida el espíritu radiante,
Aún busca al alma, y en extraña lengua
Parece que asombrados así dicen
Los ojos mustios y la boca abierta:
-¿Qué has hecho, boca, de tu blando aliento?
-¿Qué hicisteis, ojos, de la lumbre vuestra?
Amad, vivid, reíd, coged las rosas,
Bailad al loco son de danzas ebrias,
Llenad el corazón, vaciad los vasos;
Como el arroyo al mar sus aguas lleva,
el tiempo arrastra cunas y festines,
Ósculos del placer, que al alma ciegan,
Cantigas, risas, júbilos y amores
Al hondo seno de la tumba eterna!

VIII
¿Y qué ha hecho Juana en la funesta choza?
¿Qué es lo que oculto, de su capa negra
Lleva en los pliegues húmedos? El paso
¿Por qué inseguro y presuroso asienta?
¿Y por qué, sin osar volver los ojos,
Medrosa corre por la calle estrecha?
¿Qué es lo que esconde tímida y turbada,
En su pobre cabaña entrando a ciegas,
Dentro del lecho? ¿Qué es lo que ha ' robado?

IX
Cuando en su casa entró, con luz
incierta, La playa iluminábase dudosa.
Tomó una silla y se dejó sobre ella
Caer junto a la cama, de la mate
Palidez del pavor la faz cubierta.
Parecía que horrible sus entrañas
Fatal remordimiento corroyera;
Y su frente cayó sobre la almohada,
Y en boca temblante y entreabierta
Interrumpidas frases murmuraba,
Mientras que el hondo mar rugía cerca.
“Mi marido, ¡gran Dios!, ¿qué va a decirme?.
 Tantos cuidados sobre el pobre pesan!...
¡Con cinco hijos!... Señor, ¿qué es lo que hice?
¡Solas sus manos para tantos! ¡Y eran
Pocos, y aún le doy más!... ¿Es él? No; nadie.
Hice mal. Si se enoja y me golpea,
Razón tienes, diré. ¿Viene? No viene.
Mejor. ¡Jesús! parece que alguien entra.
Pero no: es que la choza bate el viento.
¡Pobre marido mío! ¡Ya te espera
Temblando tu mujer, y temerosa
Se asustará de verte abrir la puerta!”
Y pensativa y tímida, en silencio
Largo tiempo quedó, de la honda pena
Que el pecho comprimido le desgarra,
En la ansiedad desconsolada envuelta,
Sin oír más que el lúgubre graznido
De los marinos cuervos, y la tétrica
Voz de las olas y del viento airado.
Y la puerta por fin se abrió violenta;
Blanca la luz esclareció la choza;
Y del umbral sobre la humilde piedra
El pescador apareció, sus redes
Arrastrando tras sí, lacias y hueras.
-¿Eres tú? -gritó Juana; y a su pecho
Como la amante al amador estrecha,
Estrechó a su marido, y casto beso
Imprimió en su bañada blusa, mientras
El marino, con voz alegre, -¡Mira,
Exclamaba-, mujer, ya estoy de vuelta!
Y el júbilo irradiaba su semblante,
De un alma ruda y resignada y buena.
-Me han robado, exclamó; ya son peores
Las aguas que los montes y las selvas.
¡Me han robado!... Y el tiempo, ¿ha sido bueno?
-¿Bueno?... ¡Malo!, ¡malísimo! -¿Y la pesca?
-¡Peor!; pero te abrazo y no me apuro.
Ni un pez pude coger. ¿Cómo lo hiciera
Si las redes se han roto en mil pedazos?
Sin duda alguna los demonios eran
Los que soplaban el maldito viento Q
ue esta noche reinó. ¡Qué noche!
Gruesas Eran las olas cual montañas. Casi
Zozobré. Se rompieron cuatro cuerdas.
Y ¿qué hiciste tú en tanto? Frío horrible
Cundió de Juana en las temblantes venas.
-¿Qué hice yo? Lo de siempre. Aquí sentada,
Cosiendo estuve. De la mar soberbia
El fragor escuchaba, y miedo tuve.
-Crudo será el invierno que se acerca.
Pero ¿cómo ha de ser? Y temblorosa
Como los que obran mal, entonces ella
-Mira; ya ha muerto la vecina -dijo-.
Ayer debió morir. O quizás esta
Misma velada, cuando tú corrías
Por el hiar. Pero da lo mismo.
Y deja Dos hijos en mantillas. Y Guillermo
Se llama el uno, y la otra Magdalena.
Aún no puede él andar, y ella aún no habla.
¡Pobre madre! ¡Y ha muerto en la miseria!
Aspecto grave revistió el marino,
Como quien algo embarazoso piensa,
Y a un rincón arrojando el sucio gorro,
Bañado en agua amarga, y la cabeza
Rascándose, exclamó: -¡Diablo! Eran cinco:
Con dos más, serán siete. ¡Ya la cena.
Faltaba a veces! ¡Ahora nada digo!
¡Bah, bah, bah! No será la culpa nuestra
¡Cosas de Dios! Él sabe estos misterios.
¿Por qué a esos pobres chicos no los lleva
La madre?... Sí; son estas unas cosas
Que es preciso estudiar para entenderlas.
¡Tan pequeños!... Decirles nadie puede,
Trabajad y comed. Ve; tú eres buena.
Juana,- ve, ve, por ellos. ¡Cuánto miedo
Tendrán, si junto al lecho se despiertan
De la pobre mujer! Mira, es la madre
Que llama atribulada a nuestra puerta:
Abramos a sus hijos. Con los nuestros
Crecerán juntos, y en las noches lentas
De invierno abrazarán nuestras rodillas.
Todos serán hermanos. Cuando vea
Que otros dos hijos mantener debemos,
Dios más copiosa nos dará la pesca.
Vino no beberé: buena es el agua.
Trabajaré algo más. ¡La cosa es hecha!
Mujer,, corre a buscarlos. ¡Oh! ¿Qué tienes?
¿No te place? Vas siempre más ligera
Cuando vas a hacer bien. -Míralos, hombre,
Dijo, entreabriendo las cortinas, ella.


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