Parte 1


Afianzado en el suelo fuertemente
Ya el molde está de recocida greda:
Hoy fabricada la campana queda:
Obreros, acudid a la labor.

Sudor que brote ardiente Inunde nuestra frente;
Que si el cielo nos presta su favor,
La obra será renombre del autor.
A la grave tarea que emprendemos
Razonamiento sólido conviene:
Gustoso y fácil el trabajo corre
Cuando sesuda plática se tiene.
Los efectos aquí consideremos
De un leve impulso a la materia dado:
De racional el título se borre
Al que nunca en sus obras ha pensado.
Joya es la reflexión ilustre y rica,
Y dióse al hombre la razón a cuenta
De que su pecho con ahinco sienta
Cuanto su mano crea y vivifica.
Para que el horno actividad recobre
Trozos echad en él de seco pino,
Y oprimida la llama, su camino
Búsquese por la cóncava canal.

Luego que hierva el cobre,
Con él se junte y obre
Estaño que desate el material
En rápida corriente de metal.

Esa honda taza que la humana diestra
Forma en el hoyo manejando el fuego,
En alta torre suspendida luego
Pregón será de la memoria nuestra.
Vencedora del tiempo más remoto
Y hablando a raza y raza sucesiva,
Plañirá ¡con el triste compasiva,
Pía rogando con el fiel devoto.
El bien y el mal que en variedad fecundo
Lance sobre el mortal destino sabio,
Herido el bronce, del redondo labio
Lo anunciará con majestad al mundo.

Blancas ampollas elevarse he visto.
En buena hora: la masa se derrite.
La sal de la ceniza precipite
Ahora la completa solución.

Fuerza es dejar el misto
De espuma desprovisto:
Purificada así la fundición,
Claro el vaso ha de dar y lleno el son.

Él con el toque de festivo estruendo
Solemniza del niño la venida,
Que a ciegas entra en la vital carrera,
Quieto en la cuna plácida durmiendo.
En el seno del tiempo confundida
Su suerte venidera,
Mísera o placentera,
Yace para el infante;
Pero él amor y maternal cuidado
Colman de dicha su dorada aurora.
En tanto como flecha voladora
Van huyendo los años adelante.

Ya esquivo y arrogante
El imberbe doncel huye del lado
De la niña gentil cuando él nacida,
Y al borrascoso golfo de la vida
Lanzándose impaciente,
Con el báculo se arma del viajero,
Vaga de tierra en tierra diferente,
Y al techo paternal vuelve extranjero,

En juventud allí resplandeciente,
Y a un ángel igualándose de bella,
Luego a sus ojos brilla
La cándida doncella,
Púrpura rebosando su mejilla.

Insólito deseo
El pecho entonces del mancebo asalta
Ya entre la soledad busca el paseo,
Ya de los ojos llanto se le salta,
Ya fugitivo del coloquio rudo
De antiguos compañeros, que le enoja,
Desde lejos le sigue con vergüenza
El paso a la beldad; sólo un saludo
Mil placeres le inspira;
Y de sus galas el vergel despoja
Para adornar la recogida trenza
Del caro bien por cuyo amor suspira.
En aquel anhelar tierno, incesante,
Con aquella esperanza dulce y pura,
Ve los cielos abiertos el amante,
Y anégase en abismos de ventura.
¡Ay! ¿Por qué han de pasar tan de ligero
Los bellos días del amor primero?

Esos cañones negrear miramos:
Pértiga larga hasta la masa cale;
Que si; de vidrio revestida sale,
No habrá para fundir dificultad.

¡Sus! compañeros, vamos,
Y pruebas obtengamos
De que hicieron pacífica hermandad
Los metales de opuesta calidad.
Sí, que del justo enlace
De rigidez al par y de ternura,
De fuerza y de blandura,
La armonía cabal se engendra y nace.

Mire quien votos perdurables hace
Si con su corazón cuadra el que elige;
Que la grata ilusión momentos dura,
Y el pesar del error eterno aflige.
Asienta bien sobre el cabello hermoso
Dé la virgen modesta
La corona nupcial que la engalana,
Cuando con golpe y son estrepitoso
Convoca la campana
De alegre boda a la brillante fiesta;
Mas día tan feliz y placentero
Del abril de la vida es el postrero;
Que al devolver los cónyuges al ara
Vela y venda sutiles,
Con ellos de su frente se separa
La ilusión de los goces juveniles.

Rinde al cariño la pasión tributo;
Marchítase la flor, madura el fruto.
Desde allí entra el varón en lid constante:
Veráselo afanado v anhelante
Pretender, conseguir; veiréis que osado
Con cien y cien obstáculos embiste,
Para que su tesón el bien conquiste.

Entonces de abundancia rodeado
Se encontrará, que por doquier le llega:
Su troj rebosa de preciosos dones;
Crecen sus posesiones,
Y la morada que heredó se agranda,
En; cuyo íntimo círculo despliega
Su celo cuidadosa
La vigilante madre, casta esposa.

Ella en el reino aquel prudente manda;
Reprime al hijo y a la niña instruye:
Nunca para su mano laboriosa,
Cuyo ordenado tino
Enrico aumento del caudal refluye.

De esa mano, que le hace en remolino
Al torno girador zumbar sonoro,
Brota el hilo y al huso se devana:
Ella el arca olorosa llena de oro;
Ella los paños de escogida lana,
Ella la tela de nevado lino
Custodia en el armario, que luciente
Mantiene la limpieza;
Ella une el esplendor a la riqueza,
Y al ocio junto a sí jamás consiente.

El padre en esto, sonriendo ufano
Desde alto mirador sobre la casa,
Qué deja registrar tendido llano,
De sus bienes el número repasa.

El árbol corpulento
Ve de crecidas pomas agobiado;
Su granero contempla apuntalado,
Y en densas olas al batir del viento
Moviendo las espigas el sembrado.

Y atrévese a exclamar con vanagloria:
“Tan firme como el mismo fundamento
Que sostiene la mole de la tierra.
Fuerte contra el poder de la desgracia
Me hace el tesoro que mi techo encierra”.

¡Oh esperanza ilusoria!
¿Cuál poder eficacia
Contra el destino tiene?
No hay lazo que sus vuelos encadene,
Y antes de prevenir con el amago,
Se nos presenta el mal con el estrago.

Bien se parte la escoria recogida:
Ya principiar la fundición se puede;
Mas antes que la masa libre ruede,
Récese una plegaria con fervor.
Dad al metal salida.
¡Dios un destrozo impida!
Río humeante, negro de color,
Se abisma en la canal abrasador.

Es el fuego potencia bienhechora
Mientras la guía el hombre y bien la emplea;
Que a su fuerza divina auxiliadora
Deudor entonces es de cuanto crea;
Pero plaga se vuelve destructora
Cuando una vez de sus cadenas franca,
Por la senda que elige libre arranca,
Y avanza con fiereza,
Salvaje de cruel naturaleza.

¡Ay si sacude el freno y ya no hallando
Quien resista sus ímpetus violentos,
En apiñada población derrama
Incendio asolador, inmensa llama!
Guardan los elementos
Rencor a los humanos monumentos.
La misma nube cuyo riego blando
Los perdidos verdores
Devuelve a la pradera que fecunda,
Rayos también arroja furibunda.
¿Escucháis en la torre los clamores
Lentos y graves que a temor provocan?
No hay duda: a fuego tocan.
Sangriento el horizonte resplandece,
Y ese rojo fulgor no es que amanece.

Tumultuoso mido
La calle arriba cunde,
Y de humo coronada
Se alza con estallido,
Y de una casa en otra se difunde,
Como el viento veloz, la llamarada,
Que en el aire encendiendo
Sofocador bochorno,
Tuesta la faz cual bocanada de horno.

Las largas vigas crujen,
Los postes van cayendo,
Saltan postigos, quiébranse cristales,
Llora el niño, la madre anda aturdida,
Y entre las ruinas azoradas mugen
Mansas reses, perdidos animales.
Todo es buscar, probar, hallar huida,
Y a todos presta luz en su carrera
La noche convertida
En día claro por la ardiente hoguera.

Corre a porfía en tanto larga hilera
De mano en mano el cubo, y recio chorro
En empinada comba
Lanza agitando el émbolo, la bomba.
Mas viene el huracán embravecido:
El incendio recibe su socorro
Con bárbaro bramido,
Y ya más inhumano
Cae sobre el depósito indefenso
Donde en gavilla aún se guarda el grano,
Donde se hacina resecado pienso;
Y cebado en aristas y maderas,
Gigante se encarama a las esferas,
Como en altivo alarde
De querer mientras arde
No dejar en el globo en que hace riza
Sino montes de escombros y ceniza.


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