EL RUISEÑOR Y LA LUCIÉRNAGA - Guillermo Cowper


El poeta inglés Guillermo Cowper (1731-1800). que sobresalió por su gran originalidad y profundo amor a la Naturaleza, inculca en este apólogo los beneficios y excelencias de la paz.

Un incansable ruiseñor que un día
Llenó toda la aldea
Con sus plácidos trinos de alegría,
Sin cesar en su canto
Ni aun al faltar la luz que el sol envía,
Ni de la noche al extenderse el manto;
A sentir comenzó de un modo vivo
Y a la vez exigente,
El aguijón activo
Del hambre, que demoras no consiente.

De súbito advirtió, no muy distante
Y en medio de las sombras,
En la tierra sin duda algo brillante.
Sus vagos resplandores
Le hicieron conocer que allí se hallaba
Una inerme luciérnaga. Bajando
De la cima del árbol do posaba
Y lució de su acento los primores,
Dirigióse a aquel punto luminoso,
Del insecto hacer presa ambicionando.
La víctima inocente
Su destino previendo, lastimoso,
 Este discurso pronunció elocuente:
-Si admirases en mí la luz suave
Del mismo modo que tu canto admiro.
Igual horror sintieras, como un ave
Generosa y sensible,
A hacerme daño alguno,
Cual yo a la vez con sentimiento miro
Que quizás con envidia inconcebible
Tus trinados censure el importuno.
Porque sábelo bien: de igual manera
Aquel mismo poder divino y alto
Que a cantar te enseñó, mi luz brillante
A esparcir me enseñó por dondequiera,
A fin de que los dos, tú melodías
Con tu canto de mágica dulzura,
Y yo al par con mi luz, más humildoso.
Con anhelo pudiéramos constante,
A un tiempo embellecer la noche oscura

Este discurso el ruiseñor canoro
Aprobó, renunciando a sus deseos,
Con los dulces gorjeos
De su pico feliz, pico de oro.
Dejando a la luciérnaga instruida,
Según la historia cuenta,
Halló en otro lugar el ave hambrienta,
Sin dañar a otro ser, larga comida.
-¡Oh vosotros! aquellos que en constantes,
Inútiles contiendas,
De hallar la paz querida estáis distantes
Esta fábula al fin pueda enseñaros
A conocer del bienestar las sendas,
Los verdaderos intereses caros.
Ella a un tiempo os enseñe
Que jamás guerra impía
De hermano contra hermano así se empeñe;
Que en vez del uno al otro con locura
Devorarse a porfía,
Su misión es, plácida armonía,
Bien cantar o esplendor mientras que dura
De aqueste suelo en la fugaz presencia,
La noche de la mísera existencia,
Sabiendo cada cual justo respeto
Tributar en sus mutuas condiciones,
De la natura y de la gracia, siempre
En benéficas paces, a los dones.

El cristiano más digno de tal nombre
Es aquel cuyos nobles pensamientos,
Cuyos actos que indican cuál del hombre,
De Dios imagen, son los sentimientos,
Con afán incesante
A la paz se encaminan, de ella amante;
La paz, deber y recompensa grata
Del que arrastrando por la tierra vive
O audaz vuelo describe,
Y de elevarse hasta las nubes trata.