EL HOMBRE FELIZ - Touveneux


Cierto buen soberano
(No sé de qué país precisamente)
Se aburría de lo lindo y era en vano
Que todos le llamaran a porfía
Sabio, excelso, y augusto y prepotente.
¡Ni por ésas! ¡No hay más, que se aburría!
¿Cuál otro como el suyo, igual destino?
¡Destino lamentable!
¡Cuan horrible su pena y sufrimiento!
Arcas de oro, alcázar opulento,
Dulce néctar por vino,
Y mesa confortable,
Rendidos cortesanos.
Adictos, e indulgentes sobre todo
Con sus regios defectos soberanos;
Imitadores suyos de tal modo,
Que sus vicios copiaban y maneras;
Decidores de chistes, si no agudos,
Ocasión de sus risas placenteras,
Medio roto teniendo el espinazo
A puras reverencias y saludos...
Nada, pues, a su alteza distraía,
Lo cual era un bromazo:
Todo enojos no más le producía.
No hallaba a su mal algún remedio;
Todo inútil: la misma su aspereza,
Su humor el mismo siempre, igual su tedio.
Convocóse a los sabios,
Y célebres doctores
Cuya ciencia brotaba por sus labios.
Alópatas... de todos los sistemas,
Charlatanes ilustres, seguidores
Del magnetismo, en fin. Mas tan supremas
Eminencias perdieron su trabajo,
Sus latines, su charla y desparpajo.
El mal iba en aumento...
¡Alarmante era el tal aburrimiento!
Entonces un anciano
De extendido renombre,
Llegó también a la alarmada reina,
Y le dijo:-De un hombre
Feliz, al Soberano,
Para su pronta curación precisa
Que no tarde en ponerse la camisa.
Cada cual presuroso
En busca fue de aquel medicamento,
Cuya virtud sin duda era completa
A tal padecimiento;
Del docto anciano singular receta.
Dióse, por fin, con el mortal precioso
Que salvar al buen príncipe debía
De perder la razón, pues ya de luengo
Período sobre nada discurría.
El rey, al ser por tan feliz tenido,
-¡Tu camisa, le dijo, has de venderme!
-¡Mi camisa! aquel hombre sorprendido
Contestóle. Difícil ha de serme.
¡Perdonadme, señor, yo no la tengo!