NUBE DE VERANO - Antonio Arnao


En lo más ardiente del estío suelen entoldar de pronto el cielo plomizos nubarrones que descargan torrencial lluvia entre truenos y relámpagos. Pero la tormenta pasa rápidamente. El sol vuelve a brillar y la Naturaleza queda en augusta calma y silencio. Tal es el espectáculo que con tanta sencillez y naturalidad describe Antonio Arnao en este bello romance.

En abrasada siesta
Dormido yace el viento;
Muéstrase turbio el éter;
El sol arde en los cielos.
Caliginoso el aire.
Deja sentir su peso;
Los árboles pardean
Mustios y polvorientos.
Allá por Mediodía
Lenta elevarse veo
En cúmulos hinchados
Nube de vasto seno.
Trepando poco a poco
Su manto va extendiendo,
Y al fin el sol oculta,
Y entolda el firmamento.
Después se trueca en nimbo
De cuyo oscuro centro
Rojas, fugaces chispas,
Salen de tiempo en tiempo.
Cálidas y anchas gotas
Se estrellan contra el suelo,
Polvo sutil en torno
Alzando al cheque recio.
Borrasca muy lejana
Se acerca por momentos,
Y con granizo envuelta
La lluvia va cayendo.
Relámpagos más vivos
 De cárdenos reflejos
El denegrido ambiente
Tornan en mar de fuego.
Rápido luce el rayo.
Con resplandor siniestro,
Y ya en profunda noche
Ronco retumba el trueno
Cuyo fragor creciente,
Zumbando por los ecos.
Parece que hace al mundo
Temblar en sus cimientos.
El huracán arranca
Los centenarios cedros,
Y bajan de los montes
Torrentes con estruendo.
Todo es horror y espanto;
Reina pavor inmenso;
Las gentes aterradas
A Dios alzan su ruego.
Mas ya no están furiosos
Los rudos elementos;
El agua es menos fuerte.
Los lampos brillan menos.
Varias opacas nubes
Rompen su manto denso.
Dejando ver tras ellas
De luz algún reflejo.
El vendaval amaina
Sus ímpetus violentos,
Y en lluvia, ya menuda.
Sopla airecillo fresco
Que amables perfumaron
Tomillos y romeros,
Mientras la esfera, en parte,
Luce su azul intenso.
Ya la tormenta corre
Con presuroso vuelo:
Y más y más se aparta;
Y, cada vez más lejos,
Sólo se escucha apenas
Leve rumor incierto:
Y el sol en triunfo sale,
Y en pos el iris bello.
Los árboles gotean,
Verdor mostrando nuevo;
Los pajarillos cantan,
Su pluma sacudiendo.
Collados y vergeles
Parecen más risueños,
Y al fin son cielo y tierra
Reposo, paz, silencio.
Mueve el ramo y lo despierta.
Al lago mira, y lo azula;
Mira al monte y lo deshiela;
Respira, y llena los aires
De entremezcladas esencias;
Anda, y dejan sus pisadas
Florecidas las praderas.
En torno de ella, espirales
De mariposas revuelan,
Y a su paso abren las rosas
Y los claveles revientan.
Sus dedos de sol enrubian
Del niño la cabellera,
Y remueven del anciano
Las cenizas, aun no muertas.
Llenan de sueños de oro
Las frentes de los poetas,
Y de los sabios fecundan
Las descarnadas ideas.
Todos los ojos la siguen,
Todos los labios la besan,
Y todos los corazones
De gozo, al mirarla, tiemblan.
Ella, simple y sencilla,
Llenas las sienes de estrellas.
Vertiendo flores de almendro
Como una visión se aleja;
Y al trasponer las distancias.
El alma humana contempla,
Llenos de amor y de vida
El mar, el cielo y la tierra.