LAS TRES DONCELLAS - Juan Luis Uhland


La musa romántica de Juan Luis Uhland (1787-1862), siempre aficionada a los asuntos cantados por los trovadores germanos de la Edad Media, da en la siguiente poesía una muestra del peculiar estilo de aquel género de composiciones.

 

I
De lo alto de un castillo tres doncellas
La vista vuelven hacia el hondo valle;
Su padre en un corcel se acerca a ellas;
Ciñe la cota su robusto talle.
-¡Padre y señor, muy bien venido seas!
¿Qué traes a tus hijas?
Fuimos juiciosas como tú deseas.

-Hoy, hija mía de la saya gualda,
Ausente en ti pensé. Ya sé cuan grato
Te es el poder lucir tu rica falda;
Tus. gustos son las galas y el ornato.
Del cuello arrebaté de un caballero
Esta cadena de oro,
Y en pago de ella dile muerte fiero.

Tomó la joya la doliente niña,
el blanco cuello se ciñó con ella;
Fuése al lugar donde ocurrió la riña,
al muerto halló por la sangrienta huella.
-Aquí insepulto estás como un malvado,
Y eres un caballero,
Y en vida te llamé mi dueño amado.

Entre sus brazos le llevó piadosa
Hasta la iglesia del lugar vecino,
Y le enterró en la tumba do reposa
Su noble estirpe de funesto sino.
Al cuello se estrechó con nudo fuerte
Los rojos eslabones,
Fiel a su dulce amor hasta en la muerte.

II
De lo alto de un castillo dos doncellas
La vista vuelven hacia el hondo valle;
Su padre en un corcel se acerca a ellas;
Ciñe la cota su robusto talle.
- ¡Padre y señor, muy bien venido seas!
¿Qué traes a tus hijas?
Fuimos juiciosas como tú deseas.

-Hoy, hija mía de la verde saya,
En ti pensé. La caza es tu alegría,
Y tu mayor placer tener a raya
La rauda fiera allá, en la selva umbría.
Arrebaté de manos de un montero
Este venablo agudo,
Y de él en pago dile muerte fiero.

De manos de su padre la doncella
Tomó el venablo con su diestra fuerte;
Al monte se partió la niña bella,
Gritando por doquier - ¡Dolor y muerte!-
Y de los tilos en la parda sombra,
Entre sus perros fieles,
Halló a su amante sobre roja alfombra.

-Al verde tilo acudo y a la cita
Como te prometí, mi amado dueño.-
Clavada en el venablo, cual marchita
Silvestre flor, cayó en eterno sueño.
Juntos yacieron, y la brisa arroja
Sobre los dos amantes
Su blando aroma y la caída hoja.

III
De lo alto de un castillo una doncella
Vuelve los ojos hacia el hondo valle;
Su padre en un corcel se acerca a ella;
Ciñe la cota su robusto talle.
- ¡Padre y señor, muy bien venido seas!
¿Qué traes a tu hija?
Juiciosa he sido como tú deseas.

-Hoy, hija mía de la blanca saya.
En ti pensé. Tu gusto son las flores,
Y más te agrada su corola gaya
Que de costosas joyas los fulgores.
Quítele a un atrevido jardinero
Esta flor candorosa,
Y en pago de ella dile muerte fiero.

-¿Cuál fue su desacato, padre mío,
Que te movió severo a darle muerte?
Cuidar las flores en el huerto umbrío
Era su afán. ¡Cuan triste es ya su suerte!
-Quiso negarme con palabra osada
La flor de más valía,
Que destinaba al pecho de su amada.

Tomó la flor la niña candorosa,
Y ornó con ella su virgíneo seno;
Bajó al jardín do un tiempo, tan dichosa.
Pasado había tanto rato ameno.
En el jardín se alzaba una colina.
Sembrada de azucenas;
Sentada en ella el rostro al suelo inclina.

- ¡Dichosa yo, si al par de mis hermanas
Pudiera darme desastrosa muerte!
Pero las hojas de la flor galanas
Herir no saben do tan fiera suerte.
-Con yerta faz mirando la flor bella,
Vio cuál se marchitaba,
Y cuando se agostó, murió con ella.