LA INFANTA - Alberto Samain


En la siguiente alegoría, tejida con pintorescos símbolos, metáforas atrevidas y modernas, el poeta francés Alberto Samain (1859-1900) da la descripción de su propia psicología o estado anímico.

Tu alma es una infanta, de corte ataviada;
Su exilio se refleja, sempiterno y real.
En las lunas desiertas de un vetusto Escorial
Como añosa galera que se olvidó en la rada. 

Al pie de su sitial, nobles, largos, atentos.
Dos lebreles de Escocia, con ojos melancólicos,
A un signo cazarán animales simbólicos
Del bosque de los Sueños y los Encantamientos.

Su paje favorito, por nombre Antaño, allí
Va leyéndole versos de magia en voz discreta,
Y con un tulipán ella en las manos, quieta,
Siente el misterio rítmico dentro de sí.

En torno el parque tiende frondas, mármoles regios
Estanques verdinosos, rampas de balaustres,
Y ella se embriaga, seria, de los sueños ilustres
Que nos hurtan los lueñes horizontes egipcios.

Y allí está, resignada, sin sorpresas, sumisa,
Consciente de que todo, si se lucha, es fatal,
Sintiéndose, con cierto leve desdén natal,
Sensible a la piedad como el mar a la brisa.

Y allí está, resignada, sumisa, entre gemidos.
Mas triste al ver, en medio de su visión interna,
Cualquier Armada, náufraga de la mentira eterna,
Tantos bellos augurios bajo el mar dormidos.

En las tardes purpúreas, graves, con su misterio,
Retratos de Van Dyck de lareos dedos puros.
Pálidos, enlutados, sobre los áureos muros,
Con su prestancia fúnebre le dan de imperio.

Y ante los espejismos de oro la fuga emprende
Su duelo; en las visiones que ahuyentan a su hastío
De pronto -gloria o sol- luce un rayo tardío
Y entonces el rubí de su altivez se enciende.

Pero la fiebre aplaca con su sonrisa triste;
Temerosa del férreo tumulto popular
Oye el son de la vida -lejana- como el mar...
Y el secreto en sus labios, más profundo, persiste.

Nada estremece el pálido lago de su pupilas,
Que velan el Espíritu de las Ciudades muertas,
Y en salas donde giran sin un rumor las puertas,
Vaga, y sueña palabras misteriosas, tranquilas.

El surtidor, allá, forma inútil cascada;
Y ella, pálida, mira, por la ventana; viejos
La copian -con el raro tulipán- los espejos,
Como añosa galera que se olvidó en la rada. 
Mi alma es una infanta, de corte ataviada.