EL DERVICHE - Víctor Hugo


En esta composición describe Víctor Hugo, con la vehemencia de estilo que le caracteriza, una extraña y significativa escena ocurrida en uno de los países musulmanes de Oriente.

Alí Bajá pasaba: los grandes, los pequeños,
A ras de sus estribos doblaban el pescuezo:
“¡Alá!”, gritaban todos. De pronto, un pobre viejo,
Un flaco y andrajoso derviche, fue a su encuentro;
Detuvo por las riendas al arrogante overo,
Y con Alí encarándose hablóle en estos términos:

“Alí, sol de los soles; Bajá noble y excelso,
Que en el Diván ocupas privilegiado asiento;
Tú, cuya fama crece, llenando el universo;
Visir del que te sigue disciplinado ejército;
Reflejo del Califa, que de Dios es reflejo:
¡No eres, Alí, otra cosa que un despreciable perro!

“Es sepulcral antorcha tu resplandor siniestro;
Rebosa, cual de un cáliz hasta los bordes lleno.
Tú cólera terrible, sobre tu pobre pueblo;
Cual hoz sobre las mieses, brilla sobre él tu acero,
Y por fundar tu alcázar en sólidos cimientos.
Con sangre suya amasas sus quebrantados huesos.

“Mas ya tu hora ha llegado: Janina ya está abriendo
La tumba que entre escombros recibirá tu féretro;
Te condenó a la argolla Dios justo, y te contemplo
Allá en el más profundo rincón de los infiernos,
Al árbol amarrado, en cuyos ramos negros
Ariscos y medrosos cobíjanse los reprobos.

“Desnuda y temblorosa caerá tu alma al averno,
Y en el papel do escritos están tus malos hechos,
Los nombres de tus víctimas Satán te irá leyendo.
Ensangrentados, mudos, sus pálidos espectros
Te acosarán en número mayor que los lamentos
Que arranquen a tus labios la cólera y el miedo.

“No te valdrán entonces, Ali-Bajá soberbio,
Tu poderosa escuadra, ni tu castillo enhiesto
Con sus cañones broncos y sus veloces remos;
Ni escaparás al ángel que aguarda a los que han muerto,
Aunque tu propio nombre, como el judío abyecto,
Lo ocultes y lo cambies en el postrer momento.”

Ali-Bajá llevaba, bajo el caftán espléndido.
Su alfanje de Damasco, su yatagán de Alepo,
Su carabina y cuatro pistolas de repuesto.
Oyó hasta el fin la arenga de aquel derviche; luego
Bajó la adusta frente, desarrugando el ceño,
Y le entregó el lujoso caftán al pobre viejo.


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