A LA VIDA RETIRADA - Fray Luis de León


Gozar en amable soledad de los risueños y tranquilos espectáculos (le la Naturaleza, en un día libre, alegre y puro, escuchando el cantar no aprendido de las aves, en la alborada, viendo deslizarse el arroyuelo entre márgenes cubiertas de verdura, aspirando el aromoso aliento de la brisa que orea las flores de un bien cultivado huerto, y saboreando la paz tranquila de una refección frugal, libre de tormentosas pasiones, es para el gran lírico castellano. Fray Luis de León, primer poeta lírico español (1528-1591), la más sabia filosofía, la ventura más envidiable de cuantas cabe disfrutar en esta vida.

Que descansada vida
La del que huye el mundanal ruido.
Y sigue la escondida
Senda, por donde han ido
Los pocos sabios que en el mundo han sido!

Que no le enturbia el pecho
De los soberbios grandes el estado,
Ni del dorado techo
Se admira, fabricado
Del sabio Moro, en jaspes sustentado.

No cura si la fama
Canta con voz su nombre pregonera
Ni cura si encarama
La lengua lisonjera
Lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento,
Si soy del vano dedo señalado?
¿Si en busca de este viento
Ando desalentado
Con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río,
Oh secreto seguro deleitoso!
Roto casi el navío,
A vuestro almo reposo
Huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,
Un día puro, alegre, libre quiero:
No quiero ver el ceño
Vanamente severo
De a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves
Con su cantar sabroso no aprendido,
No los cuidados graves,
De que es siempre seguido,
El que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,
Gozar quiero del bien que debo al cielo.
A solas, sin testigos.
Libre de amor, de celo,
De odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera
Por mi mano plantado tengo un huerto.
Que con la primavera
De bella flor cubierto,
Ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa,
Por ver acrecentar su hermosura.
Desde la cumbre airosa
Una fontana pura
Hasta llegar, corriendo se apresura.

Y luego sosegada,
El paso entre los árboles torciendo
El suelo de pasada
De verdura vistiendo,
Y con diversas flores va esparciendo.

El aire el huerto orea,
Y ofrece mil olores al sentido:
Los árboles menea
Con un manso ruido,
Que del oro y del cetro pone olvido.

Ténganse su tesoro
Los que de un falso leño se confían,
No es mío ver el lloro
De los que desconfían,
Cuando el Cierzo y el Ábrego porfían.

La combatida antena
Cruje, y en ciega noche el claro día
Se torna, al cielo suena
Confusa vocería,
Y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla
Mesa, de amable paz bien abastada,
Me basta, y la vajilla
De fino oro labrada
Sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable
mente se están los otros abrasando
Con sed insaciable
Del peligroso mando,
Tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido
De hiedra y lauro eterno coronado.
Puesto el atento oído
Al son dulce acordado
Del plectro sabiamente meneado.