EL CINCO DE MAYO


Alejandro Manzoni, célebre poeta y novelista italiano (1784-1873), compuso, con motivo de la muerte de Napoleón, esta oda, que es generalmente considerada como una de las más Inspiradas de los tiempos modernos. La traducción al castellano se debe al estro del célebre poeta español Juan Eugenio Hartzenbusch.

Murió. Cual yerto quédase
Dado el postrer latido
Del alma excelsa huérfano,
El cuerpo sin sentido,
Tal con la nueva atónito
El universo está.

La hora contemplan última
Del hombre del destino,
Y dudan que en el cárdeno
Polvo de su camino
Pie de mortal imprímase
Que le semeje ya.

Le vi en el trono fúlgido
Y fue mi lengua muda;
Cayó, se alzó y postráronle
Por fin en lid sañuda;
al recio grito múltiple
Voz no añadí jamás.

Virgen de injuria pérfida
Y encomio lisonjero,
Mi Musa, cuando súbito
Se oculta el gran lucero,
Rinde a la tumba un cántico
No efímero quizás.

Del Alpe a las Pirámides,
Del Rhin al Guadarrama,
Lanzó tras el relámpago
Él la celeste llama;
Hirió de Scila al Tañáis
Y de uno al otro mar.

Si esto fué gloria, juzgúelo
Futura edad: la nuestra
Humíllese al Altísimo
Que dilatada muestra
De su potente espíritu
Quiso en el hombre dar.

El zozobroso júbilo
Que un gran designio cría,
Los indomables ímpetus
De quien reinar ansia,
Y obtiene lo que fuérale
Vedado imaginar;

Todo lo tuvo, obstáculos
Grandes y grande gloria.
Y proscripción y alcázares,
La fuga y la victoria.
Se vio dos veces ídolo,
Dos pereció su altar.

Dos siglo combatíanse
Cuando su voz oyeron,
Y a él como a ley fatídica
Sumisos acudieron:
Callar les hizo, y arbitro
Sentóse entre los dos.

Y de honda envidia y lástima
Objeto en su caída,
Cerrada en breve círculo
Desperdició su vida,
Odio y amor sin limitas
De sí dejando en pos.

Envuelve y hunde el náufrago
Ola que, alzándole antes.
Dejaba que en el piélago
Con ojos anhelantes
Buscara en vano el mísero
Tierra distante de él.

Así abismaba al héroe
Tanto recuerdo amargo:
Él de historiarse impúsose
Mil veces el encargo,
Y mil cayóle inválida
La mano en el papel.

Mil veces ¡ay! al tétrico
Fin de inactivo día.
Bajo las ígneas órbitas,
Brazos con pecho unía,
Y le asaltó en imágenes
El esplendente ayer.

Y vio las tiendas móviles,
Y armas la luz volviendo,
El galopar belígero
Valles henchir de estruendo
Las imperiosas órdenes
Y el pronto obedecer.

Quizás ¡ay! de la pérdida
Rendido al desconsuelo,
Desesperó; mas próvida
Mano llegó del cielo
Y a la región vivífica
Piadosa le llevó.

Donde floridos tránsitos
Ofrece la esperanza
Al campo en que magnífico
Premio sin fin se alcanza,
Y noche muda tórnase
La gloria que pasó.

Bella, inmortal, benéfica
Fe, por doquier triunfante
De un nuevo triunfo alégrate;
Cerviz más arrogante
Al deshonor del Gólgota
Nunca se doblegó.

Libra los restos flébiles
Tú de injurioso acento;
Dios, que alza y postra, dándonos
Tribulación y aliento.
Ya solitario el túmulo,
Al lado vigiló.


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