Las grandes y maravillosas epopeyas del alma infantil


La literatura inglesa y norteamericana ha sido siempre especialmente afortunada con los temas infantiles. Grandes poetas como Longfellow, Tennyson y Browning se han complacido en dedicar a los niños los acentos más dulces y tiernos de su lira, abandonando temporalmente otros asuntos mucho más serios.

En el pasado siglo, el británico Lewis Carroll escribió las más maravillosas epopeyas del alma infantil que hayan visto la luz en todos los tiempos: Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo, que han hecho las delicias de millones de niños de todos los países del mundo y que son al mismo tiempo los libros más leídos después de Shakespeare en la Inglaterra de nuestro siglo.

La portentosa imaginación, el delicioso humor, la delicada poesía y la profunda filosofía de la vida contenidas en estas obras hacen de ellas verdaderas joyas, que, concebidas primero para deleite y diversión de los niños, han llegado a ser después inagotable fuente de goce para los adultos.

En Italia, tierra de acendrado amor a los niños, también en el pasado siglo; Gollodi, uno de los mayores genios de la literatura infantil, creó imaginativamente a Pinocho, el inmortal muñeco de madera.

En España e Iberoamérica, de igual suerte que en todos los países civilizados, el amor a los niños es intenso y espontáneo, pero no se pueden enumerar dentro de la literatura infantil obras tan abundantes y valiosas como las que hemos citado.

Este hecho reconoce quizás como causa una especie de temor de nuestros escritores y poetas a descender a un lenguaje sencillo, aniñando su pensamiento a fin de hacerse comprender fácilmente por las tiernas inteligencias de sus lectores. Pero cuando accidentalmente tratan de los niños o se dirigen a ellos, poetas y prosistas demuestran tanto amor, tanta ternura, tanto interés como los escritores antes nombrados consagrados a la infancia y consagrados por la posteridad como poetas de la infancia.

Entre los modernos escritores castellanos, el ilustre dramaturgo Jacinto Benavente intentó hacer un teatro de niños -su comedia infantil El príncipe que todo lo aprendió en los libros ha hecho las delicias de la gente menuda-, y Juan Ramón Jiménez produjo sus extraordinarias obras Platero y yo; Versos y prosas para niños. En Iberoamérica podemos citar, entre otros, a José Martí, autor de numerosos cuentos infantiles; a Amado Nervo, que escribió poesías para niños, de gran valor estético, y a Horacio Quiroga, autor de los tan divulgados e interesantes Cuentos de la selva.


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