De las diferente combinaciones métricas


Pasaremos ahora a decir algo en particular de las mencionadas combinaciones, deteniéndonos únicamente en las más usuales.

Anteriormente hemos aprendido a contar las sílabas de un verso octosílabo y de otro endecasílabo. Ahora conoceremos la ordenación de los versos, es decir, su combinación. La más fácil de entender es el pareado, o sea, dos versos con rima perfecta. Habíamos ya citado un pareado de Federico Balart, y ahora propondremos otro del P. Isla:

Yo conocí en Madrid una condesa
Que aprendió a estornudar a la francesa.

Tenemos aquí dos versos endecasílabos que riman perfectamente. Este es un pareado.

Pero necesitamos conocer también la cuarteta o redondilla. Compónese ésta de cuatro versos octosílabos, que aconsonantan o consuenan el primero con el último, y el segundo con el tercero, por ejemplo:

Canta a solas el barquero,
Canta y rema en su batel,
Mientras sonríe sobre él
Radiante el primer lucero.
(Costa y Llobera.)

En otras cuartetas riman el primer verso con el tercero y el segundo con el cuarto, según se ve en el siguiente epigrama a la estatua de Niobe:

Por la celeste venganza
Quedé en mármol convertida,
Mas el arte tanto alcanza,
Que en el mármol me dio vida.
(M. de la Rosa.)

Bastante parecida es la quintilla, que tiene un octosílabo más, y en la que la rima se combina de diversos modos, sin otra limitación que la de no ir tres consonantes seguidos. Véase, como muestra, la siguiente, tomada de La Pedrada, de Gabriel y Galán:

Zumbó el proyectil horrible,
Sonó un golpe indefinible,
Y del infame sayón
Cayó botando la horrible
Cabezota de cartón.

Con versos octosílabos se hace también la décima o espinela (se llama así porque se supone que el primero que usó esta combinación métrica fue Vicente Espinel, un poeta español clásico), y que se compone de diez versos que riman el primero con el cuarto y el quinto; el segundo con el tercero; el sexto con el séptimo y el décimo, y el octavo con el noveno. Una buena décima es la siguiente, de Rubén Darío:

¿Cuentos quieres, niña bella?
Tengo muchos que contar:
De una sirena del mar,
De un ruiseñor y una estrella,
De una cándida doncella,
Que robó un encantador,
De un gallardo trovador
Y de una odalisca mora,
Con sus perlas de Bassora
Y sus chales de Lahor.

Pero ya se comprende que no siempre han de escribirse las poesías en versos octosílabos, aunque sean los más comunes; y en esta sección de nuestra obra hemos dado bastantes ejemplos en otra clase de versos. Entre los más usados deben mencionarse los endecasílabos que se combinan formando pareados, como los que hemos visto anteriormente, tercetos, cuartetos, octavas, sonetos, etc.

En el terceto, el primer verso rima con el tercero, y el segundo con el primero y tercero del terceto siguiente, conforme se ve en este ejemplo de Fernández de Andrada:

Más precia el ruiseñor su pobre nido
De pluma y leves pajas; más sus quejas
En el bosque repuesto y escondido,
Que agradar lisonjero las orejas
De algún príncipe insigne, aprisionado,
En el metal de las doradas rejas...

El cuarteto, que, como indica su nombre, consta de cuatro versos, lleva rimados el primero con el cuarto, y el segundo con el tercero, o bien, el primero con el tercero, y el segundo con el cuarto; en este último caso recibe el nombre de serventesio. Como ejemplo de cuarteto puede darse el siguiente:

Entre montes, por áspero camino,
Tropezando con una y otra peña,
Iba un viejo cargado con su leña,
Maldiciendo su mísero destino.
(Samaniego.)

Y de serventesio:

De nuestra gran virtud y fortaleza
Al mundo hacemos con placer testigo;
Las ruindades del alma y su flaqueza
Sólo se cuentan al secreto amigo.
(López de Ayala.)

Las octavas, entre las que merecen especial mención las llamadas reales, se componen de ocho versos que riman entre sí, el primero, tercero y quinto; el segundo, cuarto y sexto; y el séptimo y octavo, según puede observarse en el siguiente ejemplo:

Que tu existencia, como el aura suave,
Pasó sin ruido por el triste suelo
Como la blanca estela de la nave,
Cual la línea que forma con su vuelo
Sobre el tendido firmamento el ave,
Así pasaste de la tierra al cielo,
Dejándola bañada en armonía
Los ecos de tu dulce poesía.

El soneto es una combinación métrica muy difícil y, sin embargo, muy frecuente. Consta de catorce versos, como puede verse por el que copiamos a continuación, que es uno de los mejores que se han escrito y que pertenece a un poeta anónimo del siglo de oro:

No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderle.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
Clavado en una cruz y escarnecido;
Muéveme ver tu cuerpo tan herido,
Muévenme tus afrentas y tu muerte;

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
Que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
Y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar por que te quiera;
Pues aunque lo que espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.

Fácil es observar que riman entre si en este soneto, los versos primero, cuarto, quinto y octavo, y, aparte, el segundo, tercero, sexto y séptimo. Con estos versos se forman los dos cuartetos primeros; pero quedan todavía seis versos, o sean dos tercetos, que riman el primer verso con el tercero, cuarto y sexto, y el segundo con el quinto.

No es indispensable que rimen siempre en esta forma los tercetos, pues, en realidad, el poeta puede combinar a su arbitrio los seis últimos versos.

En todas las combinaciones que dejamos expuestas caben algunas variantes, que los poetas conocen perfectamente, pero que nosotros no nos detendremos a explicar aquí, para no cansar al lector.

Otra de las combinaciones muy usadas es la silva. En ésta alternan los versos endecasílabos, con los heptasílabos (de siete sílabas), pudiendo emplearse algunos libres o sueltos, de cualquiera de estas dos medidas, y aconsonantarse los demás por el orden que al poeta le parezca mejor.

Si fuésemos enumerando una a una todas las combinaciones que se hacen con los versos, este breve artículo se convertiría necesariamente en un extenso tratado de arte poética, cosa del todo ajena a nuestro propósito; pero con las ligeras nociones dadas bastará para que el lector estudioso se forme una idea de cómo trabajan los poetas. Sin embargo no dejaremos esta materia sin dedicar algunas palabras a una de las combinaciones métricas más castellanas, cual es el romance. Compónese de versos octosílabos asonantados, y es la forma tradicional por excelencia, pues en romances populares no hay literatura ninguna que aventaje a la castellana. Es una combinación que seduce por su sencillez: no hay más que repetir la misma asonancia, alternada con versos libres (o sin rima), de modo que después de un verso libre, viene otro asonantado, y luego otro libre, otro con la misma asonancia, y así sucesivamente. Veamos un romance clásico de Lope de Vega:

“A mis soledades voy,
De mis soledades vengo,
Porque para andar conmigo
Me bastan mis pensamientos.
¡No sé qué tiene la aldea
Donde vivo y donde muero,
Que con venir de mí mismo
No puede venir más lejos!

Ni estoy bien ni mal conmigo;
Mas dice mi entendimiento
Que un hombre que todo es alma
Está cautivo en su cuerpo... “

Con versos asonantados pueden hacerse otras muchas combinaciones; pero la que dejamos expuesta es la más sencilla y la que mejor se acomoda a todos los gustos y capacidades. Un romance, de igual modo que otras formas métricas, puede tener todos los versos que juzgue el poeta necesarios.