Un negocio de espejos que fracasó y lo que aconteció después


Era Gutenberg un muchacho de entendimiento claro y de gran fuerza inventiva. A la edad de quince años o poco más, dedicóse a la experimentación del pulimento de las piedras y a la fabricación de espejos. Necesitaba más capital del que le podían dar en su casa, y para procurárselo, indujo a un ciudadano llamado Andrés Dritzehn a salir fiador por él.

Dritzehn debió de tener al joven en muy buen concepto, porque se asoció con él en el negocio de pulimento de piedras y en el de la fabricación de espejos. Claro está que con anterioridad ya se fabricaban espejos de todas clases, pero el joven Juan había descubierto un procedimiento para hacerlos mucho mejor. La empresa debía de marchar bien, pues, según parece, los dos socios continuaron en aquel ramo durante los siguientes doce o trece años. Un accidente infortunado les hizo disolver la sociedad. El aplazamiento de una peregrinación a Aquisgrán, durante cuya realización los dos socios habían pensado vender un buen número de espejos, dejó las existencias sin vender y fue, al parecer, la causa que puso fin al negocio.

Gutenberg volvió desde este momento a dedicarse al trabajo que había de colmar su vida. Tomó dos socios, además de Dritzehn, que fueron Andrés y Antonio Heilmann. Empezaron de nuevo a trabajar como impresores, pero su intención era imprimir grabados; la idea de los tipos movibles no había surgido aún en su mente. Los socios debían de tener el negocio en gran estima, porque, al morir Dritzehn, en 1441, los hermanos de éste acudieron al juez con la pretensión de que Gutenberg tomase a uno de ellos como socio sustituto del difunto; pero Gutenberg ganó el pleito. Ni tuvo que admitir al hermano como socio, ni necesitó revelar el secreto de sus negocios.