Platón es al mismo tiempo un gran filósofo y un eximio poeta


Cuando Sócrates cerraba los ojos a la luz en una celda de la prisión de Atenas, estaba a su lado un joven de veintiocho años. Lo llamaban Platón (427-347 a. d. C.); en verdad su nombre era Arístocles, el mismo de su abuelo; pero sus íntimos lo conocían por Platón, palabra que en griego significa ancho, porque tenía anchas la frente y las espaldas. La muerte de Sócrates significaba, para su espíritu distinguido, la última desilusión que le aportaba la democracia corrompida de su patria. Abandonó, pues, a Atenas para no volver a su tierra natal hasta doce años más tarde. Cuéntase que en este viaje llegó hasta Siracusa y que diversas peripecias -acaso la misma supuesta acusación de corromper a la juventud por la que Atenas había condenado a su maestro- pusieron su vida en peligro; no lo mataron, pero fue vendido como esclavo. En la antigüedad quedó un proverbio en el que se hacía burla del exiguo precio que por él se había pagado: “¡Platón por veinte monedas!, se decía con sarcasmo, ¡Esto es una ganga!”. Rescatado, pudo volver a su patria ateniense, y desde entonces la fortuna le sonrió hasta la muerte. Reunió numerosos discípulos y enseñó en una escuela llamada Academia, por haber pertenecido al héroe Academo.

Este hombre penetrante, delicado y tierno unió a la profundidad del pensamiento la gracia de un estilo puro y severo. Sería insensato y hasta irreverente querer resumir en algunos párrafos el contenido de sus escritos. En ellos Platón pretende buscar la verdad, pero no sólo la verdad de las cosas sino también la verdad del que pregunta por las cosas, la verdad del filósofo: el filósofo existe para anunciar a los hombres lo que deben hacer para salvarse. Dentro de esta preocupación de la salvación, en que arraiga, como en su pilar fundamental, el filosofar platónico, recorremos en sus escritos el amplio itinerario en que analiza desde los problemas del conocimiento hasta la estructura política de la ciudad. Las ideas son para Platón el trasplante existente y duradero de un mundo sensible, caduco y huidizo; las cosas visibles se salvan por su afán querencioso de alcanzar la idea, y por esto el amor es el modo de ser de las cosas, religadas entre sí por su aspiración a la idea, a lo perfecto; y, en el trasfondo, el Bien, como la idea más allá del ser, ilumina todas las ideas. Todas estas sutilezas, cuando las dice Platón, se armonizan en análisis inolvidables, hechos, a un tiempo, de lumbre y de sugestión. Podemos disentir de ellas, como cuando nos habla del carácter innato de las ideas; pero no podemos sustraernos al sortilegio de su estilo. Sin duda. es Platón el más brillante escritor entre todos los filósofos.