Sócrates es condenado a muerte por enseñar la filosofía


Cosa más admirable aun en Sócrates fue el hecho de que cualquier joven podía asistir a sus clases sin que tuviera que pagar por ellas. Existían en Atenas otros maestros, en cambio, que se encargaban, no de enseñar la verdad, sino el arte de discutir, es decir, a defender tanto lo verdadero como lo falso; lo importante era convencer al adversario. Estos maestros cobraban elevados honorarios por sus lecciones, y Sócrates era, para ellos, un serio rival. Les fue fácil difamarlo y alegar que corrompía a la juventud con sus enseñanzas.

Llamado ante el tribunal, el filósofo aceptó sin protestas la sentencia de muerte que se pronunció contra él, y cuando sus amigos le propusieron que huyera, dijo que escapar habría sido lo mismo que reconocer que realmente había procedido mal. Murió bebiendo cicuta, y aun el esclavo que le alcanzó la copa le pidió perdón por lo que se veía obligado a hacer. El maestro, en cambio, cuando comenzó a sentir los efectos del veneno, se despidió de sus amigos aconsejándoles que permanecieran fieles a la verdad y la defendieran, pues eso era lo mejor que podían hacer por él.