Don Pelayo, el insigne héroe de Covadonga


Vencidos los godos en la terrible batalla de la laguna de Janda, destrozados por completo los ejércitos de don Rodrigo, avanzaron los árabes de Tarik y Muza hacia el centro y el norte de la península ibérica. Huyendo de los invasores, algunas familias cristianas -guerreros, sacerdotes y gente de toda condición- buscaron un refugio donde vivir libremente: los unos en la cordillera Cantábrica; los otros en Aragón y Cataluña.

Bien acogidos por los montañeses aquellos fieles mantenedores de la fe católica, comenzó a cundir a todo lo largo de los fragosos montes de Asturias la idea de reconquistar el territorio profanado por los infieles muslimes; por lo cual volviéronse todas las miradas hacia un valeroso guerrero para que fuera caudillo de la atrevida cruzada, por temeraria que pareciera la empresa ante el crecido poder de los musulmanes.

Alarmado el emir El Horr al tener noticias de la agitación que reinaba en las montañas Cantábricas, dio orden a su teniente Alkamah para que, al frente de un aguerrido ejército, fuese a someter y castigar a los rebeldes. Penetró Alkamah en el territorio asturiano por una cañada, en cuyo trecho se abría una ancha cueva. En este lugar se había situado don Pelayo con sus huestes, mientras otros ocupaban las crestas del monte Auseba, desde donde se dominaba el estrecho valle. Horrible fue la mortandad entre los infieles: arrojaban sobre ellos los cristianos lluvia de flechas, de piedras y de troncos de árboles, e inmovilizados los árabes en el estrecho paso, heríanse en la mayor confusión al rebotar sus saetas contra las rocas. Una furiosa tempestad, que arrastraba al fondo del río Deva a los que intentaban trepar por las laderas de las montañas, completó la obra, y el ejército árabe, destrozado, emprendió la retirada, perseguido por los vencedores y dejando en el campo de batalla miles y miles de cadáveres.

Con respecto al número de guerreros que tomaron parte en la batalla de Covadonga, que hemos relatado, son muy dispares los datos consignados por los historiadores, y lo mismo puede decirse de la importancia militar del hecho de armas en sí, que reducida a sus verdaderas proporciones de un combate de montaña, ha pasado a la historia como la primera fase de una etapa de Reconquista de ocho siglos.

Un viejo romance de Castilla dice:

"El valeroso Pelayo cercado está en Covadonga por cuatrocientos mil moros que en el zancarrón adoran; sólo cuarenta cristianos tiene, y aun veinte le sobran.

Cuatrocientas mil cabezas de los perros de Mahoma los valerosos cristianos siegan, hienden y destrozan: concediendo así la Virgen, al gran Pelayo, victoria".

Inmediatamente después de la victoria de Covadonga, alzaron sobre el pavés los cristianos a don Pelayo, saludándolo con el título de rey. Casi veinte años ciñó don Pelayo la corona de aquel humilde Estado, cuyos límites quedaban incluidos entre el mar y las asperezas de la Liébana; pero aun así no podía tener mayor importancia aquel reinado, pues gracias a él no resultaba interrumpida la historia de la monarquía española y quedaba asentada la base de la futura unidad nacional hispana.