Los sofistas griegos y Platón fueron los primeros edicadores


Pero he aquí que en las generaciones inmediatamente anteriores a Platón, las de mediados y fines del siglo v antes de Cristo, en el llamado Siglo de Pendes, aparecen en tierras de Grecia hombres cuyo único oficio es el de enseñar. Recorren las ciudades, dan con gran éxito conferencias y reclutan de este modo alumnos para sus lecciones particulares, que se hacen pagar a muy buen precio. Se los llama sofistas, esto es, especialistas del saber. Pero, ¿qué es lo que enseñan? No es ciertamente su propio oficio, ya que los jóvenes pudientes que integran su alumnado no piensan dedicarse a la enseñanza.

Con los sofistas, pues, por primera vez se nos presentan hombres que ejercen un oficio nuevo, una actividad social cuya finalidad no es preparar al discípulo para oficio determinado sino simplemente educar. Hay que considerarlos, pues, como los primeros educadores de la humanidad, en el sentido propio de la palabra.

Entre los varios nombres célebres de esta época y de esta escuela, ninguno alcanzó la fama y el respeto que acompañaron a Protágoras.

Desde esta edad temprana de la Ciencia de la Educación, no todos los que a ella se dedicaban estaban de acuerdo sobre lo que se debía enseñar, cosa que se repetirá con frecuencia en el futuro. Así, por ejemplo, Pródico de Ceos aparece en los diálogos socráticos de Platón como un gramático curioso de distinguir entre los sinónimos, hambriento de precisión en la elección de las palabras. Gorgias de Leontini se nos presenta especialmente como un maestro de retórica: enseña el arte de persuadir a la multitud, mediante el cual se adquiere el poder político; pero sabemos que practicaba también la Dialéctica que permite oponer a todo argumento un argumento contrario y triunfar en la discusión. Esta forma de educación que se apoya en la Gramática, la retórica y la dialéctica (las artes del trivium, como se las llamará en la Edad Media) se oponía ya a la educación matemática, constituida por las ciencias del qualrivium (Aritmética, Geometría, Astronomía y Música), base de la enseñanza de Hipias. Así, desde la época de los sofistas, se perfila cierta rivalidad entre dos formas de la educación, una que conviene a la formación del ingeniero, la otra a la del abogado o del político.

Pero estos dos sistemas de educación tienen un punto en común: son incompletos. Si el uno puede producir técnicos competentes y el otro oradores hábiles, ninguno de los dos basta para la formación de un buen ciudadano, capaz de servir a la patria; de un buen padre de familia, capaz de gobernar bien su casa, o de un verdadero hombre de Estado, apto para hacer la ventura de su país. Para esto hace falta el aprendizaje de la virtud, esa cualidad que transforma al individuo en un hombre de bien. Tal enseñanza era lo que prometía otra forma de educación representada por Protágoras de Abdera, el más ilustre de los sofistas.

Tales son, brevemente, los tres grandes conceptos de la educación, que se perfilan y se oponen ya en los albores de esta ciencia, y había de caber a uno de los más eminentes pensadores de Grecia y de la humanidad la gloria de unificarlos.

Un día, dos esposos atenienses se dirigieron al monte Himeto pava hacer un sacrificio a los dioses. Cuenta la leyenda que, habiendo abandonado un momento en el prado a su hijito, lo encontraron circundado por una muchedumbre de abejas que ponían miel en sus labios. Esto se consideró como un presagio de la elocuencia y del brillante porvenir del niño. Este niño era Platón. Su nombre, sobrepasando los límites de la patria y de la época, se mantiene todavía vivo como el de uno de los pensadores más fecundos de la humanidad. Fue un gran filósofo y un escritor de estilo sutil, delicado, poético: en verdad, su pluma se había bañado en miel. Pero él quiso ser ante todo un educador. Tuvo una multitud de discípulos y enseñaba en la Academia, así llamada porque estaba edificada en el jardín de Ácademo. Los sofistas habían concebido la enseñanza de una manera utilitaria, al ponerla al servicio de una clientela y hacerse pagar por ella. Para Platón, en cambio, la cultura tenía una finalidad en sí misma; la enseñanza tal como él la entendía, no se dirigía a los que buscaban el saber con un propósito de lucro, sino sólo a aquellos que estaban animados por ese celo, que se llama la Filosofía, el amor a la sabiduría y a la verdad. El maestro digno de este nombre no tenía que ir en busca de clientela, ni de retribución por su tarea pedagógica; no debía dedicarse a poner el saber al alcance de quien lo comprara; sólo debía desear discípulos escogidos. Por lo demás, Platón representaba el primer intento de armonizar las distintas corrientes pedagógicas. La formación técnica, la preparación liberal y la formación moral del individuo según su pensamiento, se jerarquizan dentro de una unidad donde la idea del Bien, como faro siempre contemplado y perpetuamente inquietante, atrae hacia su fuente todos los destellos menores, que son las cosas, inquietas y huidizas, que le están pues, subordinadas.