Dos educadores estadounidenses: Horacio Mann y Juan Dewey


Pocas personas han tenido tanto influjo sobre la educación estadounidense del siglo pasado como Horacio Mann. No fue un educador activo, pues su paso por la docencia fue de corta duración y casi circunstancial; tampoco se lo puede considerar un teórico de la pedagogía en el sentido estricto del término. Nacido de humildes orígenes, se elevó por propios méritos gracias a su tenacidad perseverante. Graduado de abogado, desarrolló su actividad en el foro y la política. Como legislador se interesó profundamente en la educación, y las instituciones que creó, entre ellas la primera escuela normal (en la que se inspiró Sarmiento para la fundación de la de Paraná), y sus reformas influyeron en todo Estados Unidos y otros países.

Hacia fines del siglo pasado, la educación se había convertido en una de las fuerzas preponderantes en el desarrollo de los Estados Unidos de América. En estas circunstancias atrajo la atención de los entendidos el trabajo de Juan Dewey, director de la Escuela de Educación de la Universidad de Chicago y profesor de Filosofía en la de Columbia.

Dewey sostenía el principio de que la mejor manera de aprender es la experiencia: aprender haciendo cosas. Este sistema, al que llamó educación progresiva, supone que los alumnos en lugar de recibir pasivamente la enseñanza del profesor, aprenden haciendo ellos mismos cosas. Trabajan juntos, y el profesor actúa como guía. Los trabajos, elegidos por los propios alumnos, se reparten entre todos y cada uno ejecuta su parte.

La obra de este educador, que es a la vez un filósofo, ha pesado profundamente en la enseñanza estadounidense como no lo ha hecho la de ningún otro pedagogo, y ha trascendido los límites de los Estados Unidos hasta influir en los sistemas pedagógicos de todo el mundo.