Invasiones tártaras que asilaron al los pequeños estados rusos durante muchos años


Hacia fines del siglo x reinó el duque Vladimiro, notable conquistador que extendió sus dominios hasta la frontera de Polonia, y agrupó en sus estados numerosas tribus eslavas. Este duque fue el primer jefe de Rusia que se convirtió al cristianismo, e impelió a sus súbditos a recibir el bautismo en masa. Al fallecer Vladimiro dividió su Estado entre sus hijos, quienes, a su vez, al morir hicieron división de su parte entre los suyos. De esta manera, al cabo de varias generaciones, Rusia vino a quedar fragmentada en un gran número de pequeños estados, que frecuentemente guerreaban entre sí.

Este período de desorden duró aproximadamente dos siglos. En el año 1224 la llanura oriental europea fue asolada por las hordas tártaras del terrible guerrero oriental Gengis Kan. Los pequeños estados rusos intentaron resistir, pero como no había cooperación entre ellos no fue posible impedir la victoria de los asiáticos, quienes se retiraron tan rápidamente como habían aparecido, al paso que asolaban las regiones por las que cruzaban sus huestes.

Los tártaros volvieron trece años más tarde, y en poco tiempo dominaron todo el inmenso territorio ruso, esclavizando a los antiguos habitantes del país. Ciento cincuenta años duró la opresión de los tártaros, que en 1380 fueron vencidos en Kulikovo por el gran duque de Moscovia, Dimitri Donskoi. A causa de tan prolongada ocupación, el pueblo ruso adoptó muchas costumbres tártaras, tanto en el vestuario como en el modo de vivir.

Rusia no posee montañas elevadas donde sus habitantes pudiesen refugiarse, y sus ciudades estaban con las defensas debilitadas por las largas luchas entre los diferentes grupos rusos, de manera que nada pudo detener a las hordas tártaras o mongolas, que todo saqueaban y destruían a su paso. Kiev fue incendiada, y desapareció la influencia que ejercía sobre los pueblos rusos. La antigua ciudad de Novgorod consiguió mantener su independencia incorporándose a la Liga Hanseática, reunión de ciudades libres que comerciaban entre sí y elegían libremente sus gobernantes. Los duques rusos del resto del territorio fueron obligados a prestar obediencia a los invasores, rendirles homenaje y pagarles pesados tributos. La vida se transformó en una pesada carga para el pueblo ruso.